CARLOS G. MIRANDA. ESCRITOR
OPINIÓN

Políticos tuiteros versus dirigentes de poltrona

Albert Rivera y Pablo Iglesias manteniendo una conversación en el Congreso de los Diputados.
Albert Rivera y Pablo Iglesias manteniendo una conversación en el Congreso de los Diputados.
GTRES
Albert Rivera y Pablo Iglesias manteniendo una conversación en el Congreso de los Diputados.

Dicen que los políticos son un reflejo de la sociedad a la que representan. Según esto, la española es de lo más masculina; ni una mujer al frente de un partido. Parece que también es joven, que Sánchez peina pocas canas y Rivera, Iglesias y Casado son treintañeros.

A mí, que comparto generación con los de la oposición, me deja alucinado que ya se sientan capaces de dirigir un país. Igual la culpa es de mi gato, que pone en evidencia mi capacidad de liderazgo cada vez que se afila las uñas en el sillón. El caso es que tanta juventud en el hemiciclo refleja que a las guerras ideológicas entre partidos se han sumado las internas generacionales. La lozanía de los políticos tuiteros se ha convertido en un valor frente a las arrugas de los dirigentes instalados en la poltrona.

Es cierto que es sinónimo de vitalidad, regeneración e impulso, que por algo la Transición la hicieran políticos con poca experiencia, pero con muchas ideas nuevas. Eso sí, la juventud también puede caer en la osadía, la soberbia y el orgullo, defectos que la edad se encarga de pulir. Cada vez que soplamos velas nos sentimos más listos, aunque en el aire de los últimos tiempos que algunos respiran ha dejado de flotar el respeto por los mayores. Los miran con lástima o, en los peores casos, rencor al culpar a esa generación de haber creado un modelo agotado que desembocó en la crisis. Lo que está claro es que el cambio es necesario y se busca que lo ejecuten líderes jóvenes que avancen según las necesidades y las expectativas de una nueva sociedad surgida tras el cambio tecnológico. Ahora Internet es el poder y los que mejor lo navegan son los jóvenes.

Las redes sociales han sido el medio por el que al fin muchos han podido expresar opiniones necesarias en hilos. El problema surge cuando esas buscan anular el discurso de las voces impresas en papel, más maduras, llamándolos "pollavieja" (qué horror de expresión, de verdad), en lugar de complementarlas. Olvidarse de que la edad es un grado a tener en cuenta no es un signo de juventud, sino de adolescencia.

También lo es que el cambio generacional ocurra a velocidad de fibra óptica como si fuera una competición deportiva en la que lo importante es solo arrebatar el título a los que lo tenían y no el aprendizaje en la carrera. Se necesita tiempo para que los que antes estaban en el podio puedan bajarse sin que se pierdan las medallas del pasado. En el Congreso, y fuera de él, ser joven no siempre significa ser valioso. Tampoco ser mayor es sinónimo de prescindible.

Todo depende del aire que sople en cada momento, y ese cambia de dirección sin avisar. Por eso no hay que despreciar ninguna fuerza y sí reorganizarlas para fomentar una equipación cooperativa en la que los esfuerzos y capacidades de todas las edades sean necesarios. Es como lo de mi gato y el sofá, que yo le decía que dejara de cargárselos a gritos, hasta que se presentó mi padre con un rascador de cartón y asunto solucionado.

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