Soy de esos raros a los que no les gusta el fútbol. Me encantaría compartir la pasión de los forofos porque realmente se lo pasan en grande, pero cuando marcan un gol, en vez de gritar, a mí me da por bostezar. El problema es que si no tienes clara la alineación del Barça te conviertes en un marginado en las conversaciones comodín entre hombres. ¿De qué hablamos los tíos si no nos conocemos ni tenemos nada que ver? De fútbol, aunque yo tenga que cruzar los dedos cuando el taxista suelta lo de "vaya golazo marcó anoche el Atleti" al dar mi opinión para que sea el de Madrid y no el de Bilbao.

Suelo librarme del ridículo por mi ignorancia futbolística rodeándome de gente que tampoco tiene muy claro lo que es un fuera de juego, aunque hice el mayor de todos al salir con Clara, socia del Real Madrid desde los seis años. Podría habérmelo imaginado con la foto que tenía en Tinder haciendo la voltereta de Hugo Sánchez, pero como en la descripción decía que le gustaba el Circo del Sol...

Le escribí un domingo proponiéndole que fuéramos al cine. Clara me dijo que había partido de Liga, el Real Madrid contra el Sevilla, así que, al descubrir lo aficionada que era al fútbol, le propuse que lo viéramos juntos en un bar. Eso sí, se me pasó contarle que ese plan era algo así como mi kryptonita. Es que no quería alargar la distancia entre nosotros, aunque no fue nada fácil disimular mi desconocimiento futbolístico. Se me acabaron los datos del móvil en el bar mientras intentaba averiguar quién iba ganando la Liga y encima la conversación derivó en los resultados de la puñetera Champions. Acabé soltando los "eres un paquete" solo cuando la cámara enfocaba a la grada para no meter la pata. Aunque para paquetes el novio de la de El Hormiguero, que el tío se metió un gol en propia puerta. Hice tan bien el papel de madridista afectado por la derrota que al terminar el partido Clara me dijo que mejor nos viéramos otro día, con más ánimo encima.

Me llamó el miércoles para darme una alegría: tenía un abono de sobra para ver en el Bernabéu el partido de la Copa del Rey, el Real Madrid contra el Celta. Habría sido más fácil confesarle que el fútbol no iba a ser la espina dorsal de nuestra relación, pero la inseguridad me llevó a hacer una visitilla a la tienda oficial de los merengues. Me llevé una camiseta de CR7 y unos calzoncillos con el escudo, por si ganábamos el partido. La trompeta morada y blanca me la dejó mi padre, firmada por Buyo, así que al campo que nos fuimos Clara y yo (en plena ola de frío y con ciática).

Mientras esperábamos a que empezara el partido, me preguntó mi opinión sobre la BBC. ¡Al fin íbamos a hablar de algo que no era fútbol! Le dije que yo era más de Netflix, cosa que le pareció graciosísima, aunque el tema quedó a medias porque empezó el partido. Llegaron los cánticos en la grada y aproveché para dedicarle a Clara el Cómo no te voy a querer con mi trompeta. Lo malo fue cuando me pasé soplando y le entró un pitido en el oído… Los nervios aumentaron al ver que el partido peligraba para el Real Madrid. Para más inri, teníamos delante un grupo de celtarras riéndose de los madridistas; que si nos fuéramos a comer pipas, que si los jugadores parecía que estaban rodando un anuncio de gomina... A Clara le estaban poniendo mala, así que fui a hablar con ellos y les pedí respeto. Me quitaron mi trompeta. Clara me sacó de la grada para que la cosa no acabara en desgracia y nos perdimos el resto del partido. Encima, volvió a perder el Madrid.

Al día siguiente, Clara me escribió para decirme que no creía que lo nuestro fuera a salir bien. Al parecer me gustaba demasiado el fútbol, de un modo algo fanático que no iba con ella. Pensé en ser sincero, pero la verdad llegaría tarde y sonaría  peor, así que respondí que ya nos veríamos en el campo. Hay partidos perdidos desde el minuto uno, sobre todo si no tienes claro cuándo están fuera de juego.