La historia de Banco Popular termina con el peor fin posible: su liquidación. Nada tiene que ver con su origen y su trayectoria. Desde la década de los noventa y hasta prácticamente principios de 2016 formó parte de diferentes rankings elaborados por prestigiosas firmas como la revista Euromoney donde figuraban las mejores entidades y las consideradas más rentables del mundo. El modelo de gestión del Popular era un ejemplo a seguir. Ahora, el Banco Central Europeo ha determinado que es insolvente, inviable.

Santander ha comprado Popular por un euro; el mismo precio que pagó Sabadell por Banco CAM; BBVA por Unnim o La Caixa por el Banco de Valencia. Son precios simbólicos que en el caso del Popular está muy lejos de lo que llegó a valer en el mercado de valores: por encima de los 19.400 de millones de euros en 2007, antes de que comenzara la crisis financiera. Precisamente, la actividad inmobiliaria ha sido el eje de su debacle.

La Bolsa hacía tiempo que había anticipado esta operación. Todas las quinielas apuntaban a una compra del Popular por parte de uno de los grandes: Santander o BBVA. Finalmente, se ha cumplido una de las predicciones. Pero las especulaciones no han cesado y en el punto de mira siguen algunas entidades de menor tamaño. Además, al BCE no lo parece suficiente lo realizado; hace apenas un mes defendía integraciones bancarias en Europa lideradas por "bancos fuertes" y descartaba alianzas entre "entidades medianas frágiles".

Uno de los brókeres con más experiencia en el mercado me resumía la operación con la siguiente frase: "Al final, lo positivo es que no lo vamos a pagar nosotros. Evidentemente, la parte negativa es que los accionistas y bonistas lo pierden todo". Es la peor cara de la inversión. Cosa a parte son los clientes, y también la marca España.