AMPARO GONZÁLEZ FERRER. INVESTIGADORA DEL CSIC.
OPINIÓN

La lucha contra el 'olvido veraniego'

Amparo González Ferrer
Amparo González Ferrer
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Amparo González Ferrer

Organizar el verano de los niños siempre es un asunto delicado. En estas fechas, al eterno problema de la conciliación se le añade otro no menos importante: el de cómo mantener activos los conocimientos adquiridos durante el curso para que la vuelta al cole no sea demasiado dura, y no requiera de dos o tres semanas de precalentamiento y recuperación del ‘tiempo perdido’. De hecho, numerosas investigaciones corroboran la existencia del ‘olvido veraniego’. En verano los niños adquieren menos competencias lectoras y matemáticas que durante el curso y, a veces, incluso ‘desaprenden’ las adquiridas, sobre todo si pertenecen a familias con menos recursos.

En España, la cuestión se torna aún más peliaguda debido a la larga duración del verano escolar. Frente a las 7 semanas de vacaciones estivales en Alemania u Holanda, y las 8 ó 9 de Francia o Bélgica, en España los veranos de los niños duran entre 11 y 12 semanas, tiempo que sólo superan algunos de nuestros vecinos del Sur (Italia, Portugal o Malta) y los países bálticos (Letonia, Lituania y Estonia). Dicho de otro modo, cuando entramos en la sexta semana de vacaciones, los niños alemanes están preparando la vuelta al cole pero a los nuestros les queda por delante un verano tan largo como el que ya hemos pasado y, claro, necesitan ‘hacer algo’. Pero el qué.

La respuesta dependerá mucho de la edad del niño. Para los que ya cursan secundaria un poco de trabajo reglado, aunque recuerde los días del instituto, puede ser deseable y hasta necesario. Pero para los de primaria, el cuadernillo de toda la vida (o uno por asignatura como se estila ahora) no parece la solución; sobre todo si lo que pretendemos evitar es que los niños de familias con menos recursos pierdan más durante el verano que el resto de sus compañeros. Aunque le cambiemos el nombre, esto sigue siendo ‘hacer deberes’, mandar al niño al cuarto y que haga ejercicios, que alguien tendría luego que corregir o supervisar para que el objetivo no sea solo ‘mantenerlos’ ocupados un rato, sino que aprendan. Y ese alguien solo pueden ser los padres. Los mismos padres que durante el curso escolar han peleado día tras día (o no) por que sus hijos vayan a clase al día siguiente con la tarea acabada. En otras palabras, no podemos reducir la desigualdad que genera el verano con las mismas medidas que aplicamos durante el curso escolar. Es necesario que los niños con menos recursos puedan asistir a las mismas actividades lúdicas, que permiten aprender sin repetir, a las que van los niños de familias más acomodadas. Y esto requiere planificación, intervención y presupuesto público. Además, como es obvio, acortar la duración del verano escolar, al menos en aquellas Comunidades Autónomas donde el clima lo permite, hará más fácil reducir las desigualdades que los veranos largos propician.

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