Queridos abogados de Atocha:

No podéis leer la presente carta, pero os pido permiso para usar este recurso retórico que se dirige en realidad a que todos los vivos mantengan fresca vuestra memoria.

Trabajasteis en el ámbito laboral de la ley en una época en que todo se pisoteaba, incluida la ley misma. Ayudabais a trabajadores desesperados, a sindicalistas represaliados, a luchadores detenidos. Por eso os asesinó el fascismo, la ultraderecha protegida entonces por los poderes del régimen que aún sobrevivían a la muerte del dictador Franco. Y que todavía iban a amargarnos la vida muchos años.

Esa salvajada puso a prueba las convicciones democráticas del antifranquismo. Que fueron demostradas una vez más. El Partido Comunista de España y Comisiones Obreras, todavía ilegales, se encargaron de que en el sepelio se oyera solo un silencio sobrecogedor. Y eso representó el mejor ejemplo de cómo el dolor no debe desatar la furia, sino la firmeza. Y seguramente a partir de ese ejercicio de contención fue posible la Transición a la democracia.

Vosotros dabais una lección de coherencia entre los actos y las convicciones, y vuestra muerte dio paso a una línea política que continuaría por ese mismo camino de la integridad moral. Nada de venganzas, nada de responder con violencia a las pistolas, nada de aumentar la tensión en unos momentos en que hacían falta serenidad y valentía tranquila. La reconciliación de los españoles requería una estrategia de morderse la lengua y frenar al corazón.

La izquierda política siguió esa ruta y hoy vivimos en democracia por la buena cabeza de aquellas gentes. Cuántas veces estamos tentados en nuestras vidas cotidianas de contestar al insulto con el insulto, de agredir al difamador, de tomarnos la justicia con nuestro criterio indignado y efervescente.

Lo sucedido entonces nos dio un ejemplo a todos, marcó a una generación entera de demócratas y ayudó a entender que la sangre caliente suele obtener peores resultados que el sosiego y la visión a largo plazo.

Creo que es eso lo que vosotros habríais aconsejado. Con todo el respeto, con toda la admiración, con toda mi gratitud.

Un inmenso abrazo, Álex Grijelmo