En los veintidós años que Vladimir Putin lleva al frente de los destinos de Rusia (cuatro de ellos como primer ministro y el resto como presidente), el jefe del Estado ruso ha mostrado una notable soltura para utilizar al ejército. Poner en marcha su enorme maquinaria militar no ha sido nunca un problema para él, que disfruta de un poder omnímodo, sin que exista una oposición que le haga sombra. Cuando en 2011 hubo un intento de protesta contra un fraude en las elecciones legislativas, Putin lo frenó con detenciones masivas. En 2015, Boris Nemtsov, el líder que conseguía reunir a los críticos con el régimen, fue tiroteado hasta la muerte a solo quinientos metros del despacho que ocupa el presidente de la Federación Rusa en el Palacio del Kremlin. Y hace año y medio, Alexei Navalny salvó la vida después de ser envenenado. Ahora está en prisión, y cada cierto tiempo le amplían la condena.
Una de las primeras decisiones que tomó Putin cuando llegó al poder fue aplastar con toda la fuerza militar disponible a los rebeldes de Chechenia. Años después, en 2014, se anexionó sin miramientos la península ucraniana de Crimea. En paralelo, alentó y armó a las milicias prorrusas del este de Ucrania, donde se autoproclamaron dos repúblicas independientes, Donetsk y Lugansk. Más recientemente, soldados y blindados rusos han frenado las ansias democratizadoras en Bielorrusia o Kazajistán.
Occidente asistió impotente a todos esos acontecimientos, sin saber qué hacer, más allá de los pellizcos de monja que suponen las sanciones económicas a determinados cabecillas del régimen ruso. Y así hasta hoy, cuando Putin amenaza a Ucrania y los países occidentales apenas pueden responder con nuevas sanciones económicas y poco más.
"Putin puede atacar sin dar explicaciones a nadie y nadie se atreve a pedírselas"
Es una máxima con pocas excepciones que un país democrático no ataca a sus vecinos. Por el contrario, un país dictatorial es siempre un peligro para los territorios fronterizos. La pasión por recuperar la grandeza perdida por Rusia es uno de los motivos que mueve a Putin. Y cuenta con una ventaja: el control de la opinión pública. Cualquier presidente o primer ministro occidental tendría un serio problema si pretendiera que su parlamento y, sobre todo, sus ciudadanos le autorizaran a enviar tropas para defender a Ucrania. Putin, sin embargo, puede atacar sin dar explicaciones a nadie y nadie se atreve a pedírselas.
Desde hace días, la guerra del Donbás se ha reactivado. Putin lanza a sus tropas contra Ucrania. Era evidente que ese territorio del este del país sería el primero en caer. Y nadie puede descartar que después proceda a su anexión, como ya hizo con Crimea. Sin prisa. Sin pausa. Sin críticas de una opinión pública rusa que, en realidad, no existe.
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