Joaquim Coll Historiador y articulista
OPINIÓN

Sin sentido de Estado

Pedro Sánchez, Nadia Calviño y Yolanda Díaz.
Pedro Sánchez, Nadia Calviño y Yolanda Díaz.
EFE
Pedro Sánchez, Nadia Calviño y Yolanda Díaz.

La esperpéntica votación en el Congreso sobre la reforma laboral subraya hasta qué punto la política española está enferma, aquejada de una doble falta de sentido de Estado y del ridículo. El hastío que entre los españoles sensatos deja todo lo sucedido, tras una intensa jornada de promesas, engaños y errores, se podría resumir en la frase atribuida al primer presidente de la malograda I República, Estanislao Figueras. Cuenta la leyenda que, en junio de 1873, después de comprobar por enésima vez la incapacidad de sus correligionarios para ponerse de acuerdo, se levantó y dijo, "señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros". Al día siguiente, el hombre cogió un tren y se fue a Francia, sin ni tan siquiera presentar su dimisión. Pues bien, ese es el cansancio que se respira ahora mismo entre la ciudadanía que no se deja arrastrar por el hooliganismo partidista. La politiquería circense, tanto de PP y VOX como de los principales socios de investidura de Pedro Sánchez (ERC y PNV), ha arrollado lo que debería haber sido desde hace semanas un ejercicio de respeto hacia el acuerdo alcanzado en materia laboral por los agentes sociales.

El PP está en su derecho de hacer oposición, y puede criticar tanto como quiera al Gobierno de izquierdas, pero su estrategia de guerra sin cuartel siempre es irresponsable. A Pablo Casado le falta sentido de Estado porque no se puede estar todo el día reivindicando nuestra transición política y no apoyar, o como mínimo facilitar, la aprobación de la primera gran reforma laboral consensuada desde 1980 entre la CEOE, UGT y CCOO. No se puede reivindicar la Constitución y no darse cuenta que ese acuerdo entre empresarios y sindicatos con el Gobierno, da igual el color que tenga, es un ejemplo de la concertación social que propugna nuestra Carta Magna. No todo vale con tal de provocar el colapso de la legislatura, que es lo que hubiera ocurrido en caso de que la reforma laboral no se hubiera salvado, aunque finalmente haya sido de forma surrealista. La traición de los dos diputados de Unión del Pueblo Navarro, que deberían haber votado a favor, tal como acordó la dirección de su partido, fue compensada por el error de un diputado del PP. El protagonista de la jornada, Alberto Casero, aquejado de una gastroenteritis aguda, pidió ejercer el voto telemático, y tras darse cuenta de lo sucedido corrió al Congreso dispuesto a impugnar su propia votación. Realmente la escena da para algunos chascarrillos. Más lamentable aún es que se acuse a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, de "pucherazo" cuando el error es solo del diputado en cuestión (el voto telemático pide doble confirmación), pues con ello se entra en el terreno del descrédito de las instituciones.

Tampoco el PNV ha hecho honor a su fama de partido sensato y, como esta vez no ha podido sacar nada a cambio, se ha sumado al bloque del no, mientras ERC ha demostrado una vez más que no es una fuerza fiable, pese a que UGT y CCOO le suplicaban en Cataluña que facilitase la aprobación de una reforma laboral que mejora los derechos de los trabajadores. Su único objetivo era erosionar a la vicepresidenta Yolanda Díaz, haciendo que Podemos tuviera que tragarse el apoyo de Ciudadanos. No se puede esperar sentido de Estado de formaciones políticas que sueñan con su destrucción, ni sentido del ridículo de políticos que no sirven ni para apretar correctamente una tecla.

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