Borja Terán Periodista
OPINIÓN

'Sálvame' y el arte de fagocitar una boda

Carlota Corredera conectando con la boda de Anabel Pantoja
Carlota Corredera conectando con la boda de Anabel Pantoja
Mediaset
Carlota Corredera conectando con la boda de Anabel Pantoja

"Tenemos que respetar la exclusiva", incidía Carlota Corredera mientras el programa emitía en directo la boda de su compañera Anabel Pantoja. Con lo de la exclusiva se refería a que la contrayente había firmado un contrato para dar las imágenes de la ceremonia en primicia a una revista. Lo malo es que esa revista ya iba a llegar tarde, pues en Telecinco emitieron todo el evento en riguroso directo. Era fácil, pues Pantoja se casó en un espacio público al borde del mar en la canaria isla La Graciosa.

De hecho, el transcurso del enlace era como una versión costera de Sálvame con Belén Esteban, con Isa Pi... Y, por supuesto, Telecinco comentándolo en vivo. No había tiempo que esperar. Es más, la cadena envolvió la retransmisión con esa teatralidad que caracteriza a su programa de tarde. Así el plató de Sálvame se decoró como un salón de banquete de bodas. De fondo, un bucle con las olas de mar, omnipresente en la imagen, como para hacer sentir al público que estaba en La Graciosa junto a los invitados al casamiento.

Mediaset transformó la boda en Sálvame. Por momentos, daba la sensación de que el programa estaba organizándolo todo. Con el reportero Luis García Temprano correteando para entrevistar a los invitados con un frenesí curtido en sus años en Aquí hay tomate

Ha cambiado mucho la tele desde Aquí hay tomate, pero da la sensación de que hay un elemento que no ha variado demasiado: la boda como representación de un ilusionante final feliz que sube la audiencia. Es, al fin y al cabo, el viejo truco del género del culebrón.

"Anabel Pantoja representa a una mujer de la calle con la que es fácil identificarse: es transparente, muestra sus imperfecciones cotidianas"

Y Sálvame ahora compite con un culebrón, Tierra Amarga, que va de eso: de los dramas, desamores y amores de la vida. Pero con la diferencia que sus personajes no son de verdad. Y los de Sálvame sí. Y no son turcos, son de aquí. Y el espectador ve sus devenires en riguroso directo. Sin edición. Sin cortes. Sin (demasiados) filtros. Es también el gran éxito de Anabel Pantoja, que entró en la rueda de personajes de Mediaset por su parentesco con Isabel Pantoja y se ha ganado un puesto propio como uno de los personajes más queridos del canal.  ¿Por qué? Porque es la antítesis de su tía tonadillera. Anabel representa a una mujer de la calle con la que es fácil identificarse: es transparente, muestra sus imperfecciones cotidianas. De ahí que sea haya transformado en uno de los rostros de Sálvame con más seguidores en redes sociales.  La audiencia no la ve con pose, la siente cercana.

Como consecuencia, Telecinco no podía dejar escapar el momento y creó un acontecimiento, incluso con un punto aspiracional, de la boda de Anabel Pantoja. Tanto que hasta la disposición de la ceremonia del enlace recordaba al plató de Sálvame. Es el arte de intentar fagocitar todo lo que tocas. Había que amortizar el cierre narrativo de la larga trama -¿se casa o no se casa?- de una de las estrellas del show. Y se casó, con las señoras de La Graciosa mirando bien cerca a los famosos de Telecinco. Ese mirar de las señoras de La Graciosa, quizá, puede ser el comienzo de parte de la renovación que necesita Sálvame. Sacar el programa del plató y llevárselo a los pueblos de España con la gente, con su público, sería una oportunidad para relanzar un espacio que empieza a sufrir los gajes de una larga década de sobrexposición.  Eso sí, una oportunidad cara.

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