OPINIÓN

Republicanos de salón

Cerca de un centenar de seguidores de Trump se moviliza en Phoenix.
Cerca de un centenar de seguidores de Trump se moviliza en Phoenix.
EFE/EPA/Rick D'Elia
Cerca de un centenar de seguidores de Trump se moviliza en Phoenix.

Han pasado tres días desde el primer martes después del primer lunes de noviembre y el relevo de la presidencia de Estados Unidos está en uno de los pésimos escenarios posibles, con Trump negando cualquier posibilidad de derrota. Nos esperan días de pseudopolítica, enfrentamientos y socavamiento de la democracia de un país que cimentó en este sistema su liderazgo mundial.

Somos muchos los que deseamos que ganen los demócratas e incluso que Kamala sea su siguiente candidata. También, que Trump vuelva a los ‘realitys’ y deje la gestión de la geopolítica, la economía y la pandemia en manos más serenas. Pero a la vez, vuelve la amarga reflexión de que algo se hace fatal para que Trump y el populismo en general tengan tanto espacio en sociedades supuestamente avanzadas. Trump ha sido presidente cuatro años y ahora ha cosechado demasiados millones de votos, más aun en los estados de menos renta. A su lado tiene a cuantiosos perdedores de la globalización, que se entusiasman cuando habla del ‘virus chino’; y crecen sus votantes latinos, tan lejos de las élites que marcan el discurso demócrata desde las mejores vistas de Nueva York. Tampoco el eterno racismo, con los graves episodios de los últimos meses, parece pasarle factura.

Las capas sociales que sufren los desequilibrios de nuestro tiempo tienen fácil irse a los extremos que prometen respuestas sencillas a problemas complejos. ¿Qué no cumplirán? Tampoco las hallan en quienes, desde la teoría política, deberían defenderles, porque lo que sí avanzan son las desigualdades. Por eso conviene que nos pongamos las gafas de ver, sin dejarnos seducir por el estrecho, adictivo y emocional calibre de las redes sociales que tan bien manejan Trump y sus imitadores y tanto distorsionan la visión de la realidad.

En fin, un escenario endiablado y un eco perturbador para el resto de las democracias. Ante el deseo de que la ola de los populismos remita y la centralidad gobierne nuestras vidas, ¿será así? En Europa, se envalentonan los países del llamado grupo de Visegrado, epígonos de las viejas dictaduras del Este aunque se revistan de nuevos ropajes. En España, el discurso político imperante sostiene que el perímetro de Vox está acotado, especialmente tras la astracanada de su moción de censura… pero este diagnóstico se parece demasiado a las encuestas que anunciaban que Biden arrasaba.

España está sufriendo crudamente las consecuencias de la pandemia. Una parte de nuestra sociedad ya padeció la crisis de 2008 y entonces encontró en Podemos su referente. Cinco años después de su fulgurante ascenso, Pablo Iglesias lidera hoy una organización cuyos apoyos territoriales se han dispersado y él mismo es pura incoherencia vital y política. Hasta su compañera y también ministra resuelve con un "se siente" la expulsión de su organización de su antes querida colega gaditana… ¡estando de baja maternal! Un feminismo de salón, equivalente al republicanismo que agitan cada vez que les acecha un conflicto.

Ante tanta disrupción, necesitamos instituciones que cosan, no agravar problemas. Siendo verdad que flaco favor hace a la monarquía la entusiástica defensa de Vox, también lo es que, afortunadamente, su suerte no dependerá de defensas o desprecios oportunistas. Y resta a todos arremeter contra Felipe VI que, aun viviendo en el mar de los Sargazos, desempeña su función con gran dignidad y ejemplaridad.

Porque lo que nunca beneficia a la mayoría es la agitación. La evolución de Vox, y que acaben allí votos que antes fueron de Podemos, para nada dependerá de lo que digan sesudos analistas sino de cómo evolucionen las expectativas y frustraciones de los ciudadanos. Ahora mismo, con la pandemia andante y las previsiones económicas empeorando, se ha evitado que salgan a la calle pensionistas y funcionarios subiéndoles salarios, pero al precio de elevar impuestos que alcanzan a ciudadanos que no llegan a fin de mes o tienen que cerrar su tienda o su bar. Con retribuir mejor solo a los sanitarios habrían acertado.

Como los votantes de Trump, los perdedores de esta crisis se zafarán de las encuestas.

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