Rodrigo Cuevas es un artista asturiano que recupera la música folclórica fusionándola con otras, a esto se suma un vestuario tradicional con madreñas incluidas. Un canto a las tradiciones, una revisión brillante de nuestro pasado.

Según este musicólogo de formación "la belleza de la cultura de un pueblo está en su folclore. La tradición es común a todos, el folclore no entiende de barreras físicas ni políticas". El folclore no, pero la política sí, y usa las tradiciones como arma arrojadiza convirtiendo a unos en rancios y a otros necios. Sin ser rancio el que aboga por las tradiciones ni necio el que las aborrece. 

El Niño de Elche, otro revisor de lo popular y maestro de lo ecléctico, dice que "releer una tradición es traicionarla de alguna manera". Pero mejor traicionarla, que dejarla morir. Traicionar es evolucionar, mantener incorrupto es retroceder. Lo que no cambia se convierte en pieza de museo, en reliquia, deja de vivir hoy. Y de reliquias sabe mucho la religión. El velo no es tradición ni identidad, es alienación y tiranía, el matrimonio para toda la vida o la virginidad previa una falacia, la ablación una aberración, la prueba del pañuelo y la cabra del campanario marcianadas hoy. 

La costumbre no legitima, solo nos hace sentir cómodos, seguros. El folclore, como base para comprender qué somos y adaptado a nuestro tiempo, es el progreso. El progreso es una peineta, símbolo de lo castizo y unas gafas de sol signo de lo moderno. Eso es saber madurar, evolucionar, abrazar el pasado adaptándolo al presente, no cambiar nos convierte en nostálgicos e ignorantes, y como dice Martirio "en tristes y dóciles, que es como nos quieren, y la revolución se hace desde la alegría".