No sé si ustedes pueden conciliar el sueño, pero yo desde el pasado martes, no pego ojo. Estaba en casa, acostumbrada al soniquete de noticias en bucle de todos los informativos: contagios, rebrotes, vuelta al cole, virus… Lo que viene siendo la ‘nueva normalidad’ normalizada por todas y todos. Y, de repente, la gran noticia. Ese tipo de sucesos que te estremecen el alma, te erizan el vello, te perturban el resto del día y, ya ven, el resto de la semana. Viese la cadena que viese, escuchase una emisora de radio u otra, u ojease internet, me perseguía.
Decidí apagar la tele, pero el móvil no paraba de vibrar con continuos mensajes, grupos de familia, colegas de trabajo, amigas y amigos, vecinos… todo el mundo hablaba de lo mismo y mi inquietud crecía más y más. Decidí echarme una siesta para aplacar la ansiedad de la reciente información acontecida, pero incluso voces en la calle que llegaban hasta mis oídos comentaban lo ocurrido y me arrastraban de nuevo a una zozobra insoportable. No había un rincón para el descanso, para la paz, solo quería dejar la mente en blanco y olvidarme de ello.
Hoy, seis días después, el titular resuena en mi cabeza: "Messi abandona el Barça"
Todavía hoy, seis días después, el titular resuena en mi cabeza, la desazón me invade y la angustia me consume: "Messi abandona el Barça". En este mundo pandémico y vírico sin rumbo ni dirección, donde el futuro es más incierto que nunca, perdidos y abandonados a la deriva, va el capitán y abandona el barco en medio de la tormenta. Y después de esto ¿qué podemos esperar?, ¿el apocalipsis?, ¿nueva ola de pandemia?, ¿más de un millón de muertos por un virus en el mundo?, ¿la caída de la monarquía?, ¿el colapso económico mundial?, ¿que se derrita el planeta? Resultado: Fútbol 1. Realidad 0.
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