Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Quién quiere ser millonario un sábado por la noche

Juanra Bonet en '¿Quién quiere ser millonario?'.
Juanra Bonet en '¿Quién quiere ser millonario?'.
ANTENA 3
Juanra Bonet en '¿Quién quiere ser millonario?'.

Tras afianzar su apuesta por el entretenimiento en los viernes noche, Antena 3 intenta asentar producción propia en el prime time de los sábados. La estrategia es inteligente: el cine de relleno no fideliza espectadores, mientras que los concursos se asocian directamente con la marca de la cadena matriz de Atresmedia. La última gran apuesta de la compañía ha sido colocar en esta franja el retorno de Quién quiere ser millonario. Un mítico juego con una dinámica tan sencilla como efectista pero que, sin embargo, desgasta su relevancia con el paso de las semanas. Funcionó bien la edición con personajes populares, pero la etapa con anónimos se desinfla porque el espectador no tiene tiempo a conocer y empatizar con los concursantes.

Los participantes de Quién quiere ser millonario juegan una ronda y se marchan para rara vez volver. No hay margen para crear vínculo emocional con el público y, como consecuencia, el formato se tuerce en repetitivo con el paso de los días. Siempre parece lo mismo. Es muy pronosticable para la televisión actual, aunque sea imposible pronosticar a qué pregunta llegarán acertando la respuesta y cuánto dinero se llevarán. La liturgia escénica de Quién quiere ser millonario está tan marcada desde hace dos décadas que la virtud estética del show se transforma en un producto que no anima el sábado noche. Es más un espacio de tarde con el que fomentar rutina en el día a día.

Y eso que existe una gran oportunidad para el entretenimiento en este horario. Más aún en esta época donde los canales clásicos conviven con  con la televisión bajo demanda y existe una audiencia que agradece programas con percepción de directo que permitan ser consumidos en colectividad. El truco es que tengan esa picaresca familiar que reúne a mayores y pequeños frente al televisor logrando fomentar una pequeña ilusión cotidiana. Lo hacía, por ejemplo, el primer El Gran Juego de la Oca, mitificado en el imaginario social. Triunfó con ayuda de la espontaneidad de un joven Emilio Aragón que ponía patas arriba los platós. Ese es el reto que falta a las noches de los sábados, en donde los últimos años sólo ha habido polígrafos, debates políticos e intentos de concursos con un toque demasiado rígido. En el caso de Quién quiere ser millonario incluso serio, a pesar del encanto sarcástico de Juanra Bonet que entiende la importancia de ser travieso para aupar el show que propone este programa.

Pero Quién quiere ser millonario encaja mejor en la rutina semanal del espectador que en la función desengrasante que deben favorecer los fines de semana televisivos. Porque la tele se ha ido olvidando, paulatinamente, que los sábados hay que evadir con oferta que permita tomar aire a la actualidad semanal. Los fines de semana deben ayudar a reunirnos con esa creatividad que no se puede pronosticar, que es un punto más pícara y menos rígida. Difícil lograr el programa perfecto de entretenimiento sin corsés, pero los hay. Quizá hay que empezar quitándose el traje. Poner más color y menos haces de luz azul que siempre se mueven en la misma ráfaga musical.

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