
Estos días, los afganos se enfrentan a una hambruna severa y ante la necesidad de sobrevivir se están viendo obligados a vender a sus amados niños. Las niñas son siempre las principales víctimas. Esta mitad marginada de la sociedad es el principal objetivo de cada catástrofe en el país.
He estado hablando con una mujer afgana. Durante la charla me reveló su desesperación, necesidades y pobreza; entre sollozos, me contó como se había visto forzada a vender a su querida niña para sobrevivir al hambre. Era doloroso escucharla contar "fue muy difícil para mí, no puedo describirlo con palabras, pero no había alternativa".
Fátima (pseudónimo) tiene cuatro hijos y de esos cuatro ha sido la más pequeña, de apenas tres meses de edad, la que le han obligado a vender. Esta madre me confiesa que siente que la vida está exigiéndole un peaje demasiado alto y que no ve señal ninguna de que haya un futuro mejor para ella y su familia.
Fátima no es la única mujer afgana que está vendiendo a sus hijos. Solo en el último mes tres mujeres más también fueron forzadas a vender a sus hijas en diferentes provincias del país.
Shaista disfrutaba de una vida normal hace unos meses, como profesora en una escuela privada, pero ahora ha perdido su empleo y una pesada responsabilidad recae sobre sus hombros: debe alimentar a una familia de 21 miembros, sin ningún ingreso. Ha tenido que vender todo lo que tenía en su casa para proteger a los suyos del hambre.
Y ese no es el final de las dificultades de Shaista, que como miles de otras mujeres en Afganistán vive decepcionada respecto a su futuro, sin ver solución posible a sus problemas ni en la tierra, ni en el cielo.
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