Vivimos tiempos confusos y de extrañas maravillas. Los guantes de plástico barato se transforman en relojes de oro, rólex por un decir; las mascarillas de baja calidad, previo toque de varita mágica, pueden convertirse en un majestuoso velero; y los test para detectar la covid, en los momentos cuando más fuerte azotaba la pandemia, se fundieron en pisos de lujo y cochazos de altísima gama.
Algo, mejor dicho, mucho, no cuadra y se nos escapa de las manos. La actualidad nos sigue llegando cada día con las imágenes de una guerra cercana, en la que la destrucción, los muertos, los heridos y los desplazados que nos depara el drama que está sufriendo Ucrania y que el resto de Europa siente como una amenaza, se está instalando en nuestras vidas.
Y mientras ocurren estas cosas, vivimos estos días la pausa vacacional que marca la Semana Santa. Tras dos años de temor y restricciones esta vez la posibilidad de viajar despreocupados nos ha permitido ¡por fin! hacer esas escapadas que acortan el año y alejan de las grandes preocupaciones.
Así que estamos todos mirando al cielo creyentes y descreídos. El tiempo marca los planes de estos días, que si la procesión sale que si reservas en la terraza o dentro del restaurante que por la tarde refresca…
Son días también propicios para que la calma ocupe el lugar de las prisas y que el silencio y la reflexión desplacen el estrés y el desasosiego.
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