Con motivo del brutal estallido de la inflación muchos analistas han recordado que en España no se daban cifras semejantes desde 1985. Podrían recordar, ya puestos, que unos meses después se hizo efectivo el ingreso en la Unión Europea y a partir de ahí nuestra economía y nuestra sociedad dieron el mayor salto de su historia. A ese salto contribuyó la consolidación de la recién nacida democracia, el sentido de Estado de los ciudadanos y líderes de entonces y la integración en la UE, que había nacido como Comunidad Económica pero empezaba a despegar como comunidad política.

Europa, ante el desafío de avanzar hacia una mayor integración económica

Hoy nadie duda de los beneficios que tuvo para España su incorporación a la UE, aunque la respuesta a la crisis del 2008 de sus líderes, más preocupados por los bancos que por los ciudadanos, provocó un tsunami de justificado euroescepticismo, que perdura. La guerra de Ucrania ha propiciado un retorno a la defensa de los valores europeos, que son los valores clásicos de la democracia con un marcado acento social. Pero las cosas en ese palacio, cuya burocracia engorda más deprisa que su proyecto político, van muy despacio y la prueba es que aún necesitamos iniciativas como el CoFoe, donde la Europa Unida pregunta a los ciudadanos de la Europa Unida qué esperan de esa Europa Unida de la que son ciudadanos.

¿Y que esperan? Que mas allá de la demostrada unidad monetaria afrontemos los retos del futuro con mayor unidad política, lo que implica mayor unidad jurídica, económica y, desde luego, fiscal. Aunque algunos en España están empezando a abrazar con entusiasmo el mantra de "bajar impuestos", un elemento axial de la democracia contemporánea es un sistema fiscal fuerte, progresivo y eficaz. Si de foros como el CoFoe no salen avances en ese aspecto, mal podrá avanzarse en los demás.