Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

El ‘putinismo’

Putin y Biden abren la vía a un acercamiento
Putin y Biden en una imagen de archivo.
Europa Press
Putin y Biden abren la vía a un acercamiento

"Rusia ha visto mucho a lo largo de sus mil años de historia. Hay una sola cosa que Rusia no ha visto jamás en estos mil años: la libertad". La cita es de Vasili Grossman. La gran diferencia entre la Europa occidental y la cultura rusa tradicional es que la primera, con todos sus defectos y su fatiga estructural, se fundó sobre la base de un impulso de racionalización. Una pulsión liberadora que se concentró inicialmente en el Renacimiento de modo incipiente para dar entrada a la Ilustración y, por tanto, al pensamiento crítico y a la defensa de la libertad individual. En cambio, la cultura rusa inaugurada en la Rus de Kiev a finales del siglo IX, mediante la confederación de tribus eslavas orientales, se cimentó en una religiosidad popular con un pie en el sobrenaturalismo sacral de la gran tierra de Rusia y otro pie en la irracionalidad apocalíptica de su aparente superioridad moral sobre Occidente.

"Las pesadillas de Putin nada tienen que ver con los placenteros sueños de la Europa de la consola y del videojuego"

Vladimir Vladímirovich Putin, con más de 21 años en el poder, es el jefe de Estado más longevo de la Rusia moderna, con permiso de Stalin. Putin ha convertido a Rusia al ‘putinismo’, una fórmula aberrante que combina la autocracia decadente, la dictadura de la estabilización por costumbre del comunismo del siglo XX, y una autopropaganda populista y personalista creada bajo las ascuas del oficialismo de los periódicos del régimen. Putin, aunque no lo quiera reconocer la izquierda menguante de Occidente, es el heredero inmoral del sistema soviético, eso sí, amparado ahora por oligarcas que actúan en los mercados internacionales con absoluta impunidad aunque se saben cómplices del autócrata.

Putin ha sabido aprovechar la sima moral que abate a Occidente y los discursos vacuos sobre el angelismo de la paz mundial. La morbidez moral del pacifismo incondicional es una muestra más de los excesos de las sociedades hedonistas que se conforman bajo el principio antiético de la comodidad. Los pacifistas siguen sin reconocer que el enemigo no lo designan ellos, sino que son los enemigos los que nos designan a nosotros. Es hora de enfrentarse a la realidad con realismo, porque no hay otra forma posible de entenderla. La utopía del mundo feliz basado en la paz universal, hoy por hoy, es inútil porque no todos soñamos lo mismo. Las pesadillas de Putin nada tienen que ver con los placenteros sueños de la Europa de la consola y del videojuego. No compartimos sintonía.

No hay ninguna persona cabal que no anhele la paz, del mismo modo que no hay ninguna persona cabal que no aspire a defenderse de los ataques de un enemigo exterior. El ‘putinismo’ ha puesto a prueba la candidez de los occidentales y, por el momento, está venciendo, porque cuesta despertarse del sueño de la indolencia.

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