Dicen que cuando se desata la risa floja ésta es difícil de reprimir o controlar. Comentan, también, que es contagiosa, que puede provocar una explosión de carcajadas encadenadas de las que cuesta escapar.
A los rituales del botellón nocturno algunos han añadido ahora un viaje químico a la alegría. La venta de ‘globos de la risa’ repletos de óxido nitroso -producto usado por los odontólogos con un efecto hilarante y euforizante- se ha generalizado en los botellones callejeros y en las fiestas nocturnas.
La sustancia de momento no es ilegal. Su consumo no está prohibido pero son muchas las voces que, desde el ámbito sanitario, nos advierten de los riesgos de su uso indebido.
Sobre reír o no reír se ha escrito mucho desde tiempo inmemorial. Umberto Eco, en su magistral obra 'El nombre de la rosa', nos introdujo en el debate que sostenían Guillermo de Baskerville y Jorge de Burgos acerca de la naturaleza de la risa.
Aristóteles nos dejó escrito que el hombre es el único animal que ríe, mientras que Henri Bergson nos contó que es el único que hace reír. El filósofo griego era favorable a ella, siempre y cuando se produjera en su justa medida como resultado del humor, de la ironía o de la burla. San Basilio de Cesarea, en cambio, prohibió reír en la vida conventual.
Más allá de estas disquisiciones filosóficas sobre la risa y sus virtudes terapéuticas, alguien debería prevenir al ciudadano acerca de las consecuencias del uso de esos globos repletos de gas de la risa.
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