Lo que está ocurriendo con las vacunaciones me recuerda a la fábula del viejo, el niño y el burro, que describe cómo un anciano y su nieto se disponían a acudir a una feria con un asno e independientemente de la modalidad en la que viajaran –los dos a lomos del animal, uno solo o ninguno; e incluso ambos cargando con el burro a cuestas– no evitaban las críticas de los lugareños al pasar por las aldeas. La moraleja es clara: es imposible satisfacer a todos.
Con esta premisa, y extrapolándola a las vacunas, creo que pretender fijar un protocolo que convenza de forma unánime es inútil. En España, se ha establecido un orden de prioridades por razones de edad y riesgo, bajo un criterio de igualdad que, acertado o no, se ha ido aplicando sin distinción, salvo a algún que otro caradura que se ha colado en la lista.
"Abrir brechas a estas alturas en un asunto tan sensible es inoportuno"
El problema surge cuando a mitad de camino se plantea priorizar a los miembros de la selección de fútbol porque, según el ministro de Deportes, nos representan a todos. ¿Y el presidente del Ejecutivo o del Estado no?
Vaya por delante que nunca censuré que las infantas se vacunasen en Emiratos, teniendo en cuenta que sendas inmunizaciones no afectaron al proceso en España; y que, incluso, he discrepado en ocasiones del proceso seguido y he defendido dar prioridad a algún que otro grupo adicional. Sin embargo, abrir brechas a estas alturas en un asunto tan sensible es inoportuno, máxime para ‘colar’ a un grupo como la selección, al que se presupone joven y sano. La polémica está servida: Simón no sabe qué alegar, la Comisión de Salud Pública tampoco y en el Gobierno, como siempre, opiniones las hay para todos los gustos. Y en esas estamos, señores.
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