Como ya se ha dicho otras veces, desde la misma noche electoral del 14-F, se vio, clarísimamente, que las negociaciones para formar gobierno entre Junts y ERC serían durísimas y difíciles. Tanto que, incluso, no se podía descartar que no hubiera repetición de elecciones. Y hemos estado cerca. Mucho. Pero al final, a pesar del incumplimiento reiterado de la palabra dada y del documento firmado por Junts cuando se eligió a Laura Borràs como presidenta del Parlament, se ha impuesto lo que, sobre todo los de Puigdemont, no podían permitirse: nuevas elecciones, lo que hubiera significado, sin ninguna duda, el fin del procés.
Con el nuevo gobierno, esperemos que se ponga fin a más de un año de provisionalidad y que se conjuren para atender las necesidades más inmediatas de los ciudadanos, que, en estos tiempos de pandemia, son muchas.
ERC volverá a tener, 80 años después, un presidente de la Generalitat, la máxima institución de Catalunya.
Con todo, el desbloqueo de la situación política en Catalunya, que significará o debería significar el nuevo gobierno, no hará olvidar que el retorno a la normalidad no será posible mientras haya políticos en la cárcel y en el exilio.
ERC ha hecho una apuesta por el diálogo y la negociación. Moncloa debería entender que solo con talante las cosas no van a mejorar. El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, no debería tardar demasiado en adoptar medidas valientes y decididas como, por ejemplo y solo para empezar, los indultos.
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