Infravalorar al adversario es un error que acaba de pagar muy caro en Madrid el PSOE de Pedro Sánchez. De ser carne de chistes sobre tabernas y exnovios a los que no te encuentras en la capital de España, la candidata popular, Isabel Díaz Ayuso, ha pasado a arrasar en las urnas y a imponerse a la suma de las tres fuerzas de izquierda. Su rotunda victoria, que duplica ampliamente en número de escaños al candidato del PSOE, puede mover el tablero político nacional. Para el PP de Pablo Casado, se trata de su primer gran triunfo electoral, ya que Ayuso y Martínez-Almeida fueron sus apuestas en 2019, cuando empezaba su complicado liderazgo.

Participación de récord: supera el 80% y se convierte en la más alta en la historia de las elecciones a la Asamblea

Despegarse con claridad de Vox, que mantiene su suelo en Madrid, pone al alcance de la mano de Ayuso gobernar en solitario. Absorber el voto de Ciudadanos avanza en una refundación de la derecha por la vía de los hechos. Despedirse de la sede de Génova, puesta recientemente en venta, con la foto de una gran noche electoral es un balón de oxígeno para el PP, inversamente proporcional al fiasco de los estrategas que diseñaron en La Moncloa y Ferraz la fallida moción de censura de Murcia.

La operación ha acabado con el derrumbe de Ciudadanos, que queda fuera de la Asamblea de Madrid, y la caída del PSOE a su mínimo histórico, a una enorme distancia de los populares. El Más Madrid de Mónica García y Errejón supera en votos a los socialistas, le empata en escaños, y se consolida como una izquierda moderna, claramente diferenciada de Unidas Podemos y de su estilo. El 'efecto Iglesias' ha sido escuálido: el exvicepresidente ha conseguido que su partido tenga representación, y la mejore, pero sigue de farolillo rojo, en el último lugar de un Parlamento de cinco fuerzas. Al filo de la medianoche, anunció que deja la política. Las alianzas del Gobierno Sánchez, castigado colateralmente en las urnas madrileñas, se complican cuando España vive una encrucijada decisiva.

Tras una campaña de navajazos, grandes palabras y golpes de efecto, se dio este martes una alta participación, cívica y sin incidentes. Este martes afloraron las corrientes subterráneas que han hecho posible la metamorfosis de Ayuso. De presidenta novel, tratada paternalistamente por los propios barones autonómicos del PP, la candidata popular se ha convertido en una dirigente con proyección nacional. La mayoría de los votantes validó una manera de gestionar la pandemia que la oposición resumió en una política de tapas y cañas pero que amplias capas sociales, además de la base tradicional del PP, han visto como una cuestión de supervivencia económica en la que se han reconocido transversalmente.

La política de restricciones blandas ha sido más que una caricatura. Mientras se abrían más que en otros lugares la hostelería, el comercio y la cultura también se daban pasos en la realización de test masivos o se reaccionaba con rapidez en IFEMA, primero, y el hospital Zendal, después. La mayoría de los votantes parece haber refutado también una cierta 'madrileñofobia' esgrimida como estrategia política contra el Gobierno de la comunidad. En el resultado, han confluido, combinadamente, el factor emocional, de corte populista para sus adversarios, explotado por Ayuso, con unas recetas pragmáticas para hacer frente a la crisis social y económica que sucede a la sanitaria. Además de las lecturas internas que obligadamente han de hacer todos los partidos, gestionar una comunidad que supone el 20% de la economía del país y el 14% de la población es el gran reto de la próxima presidenta. A todas las fuerzas políticas debe interesar desterrar una polarización indeseable y nociva.