Los titulares sobre la hostelería han sido una constante este último año. Primero el cierre, después la apuesta por el delivery, más tarde la apertura parcial, el paréntesis del verano, las limitaciones de horarios y aforo…

El centro y algunos barrios de Barcelona son los que más están sufriendo el golpe y los que más difícil lo tienen para adaptarse a esta nueva normalidad que dura ya mucho como para ser nueva y que de normalidad tiene poco.

Pero tras las cifras, las noticias diarias y esa hostelería como ente genérico están las historias de cada local que agoniza. Según los datos más pesimistas, el futuro de la mitad de la restauración de la ciudad está en peligro. ¿Otro número más? ¿Otra mala noticia para la lista?

Puede ser. Pero que ese bar del café de cada mañana, el restaurante con nuestro menú del día favorito o el lugar para días especiales haya tenido que echar la persiana, ya es otra cosa.

Es verdad que algunos lo han hecho regular. Que igual han sobrado titulares sobre “qué hay de lo mío”. Y que algunos clientes no entienden que se les invite a volver a los barrios y terrazas en los que llegaron a sentirse extraños en su propia ciudad.

Pero apetece más pensar en los que lo hacen bien. En quienes se adaptan a lo que toca y apenas tienen tiempo para lamentos, conscientes de que ha habido malas noticias y poco dinero para todos. En los que ayudaron en su momento a quienes más lo necesitaban y cuidaron de su equipo y proveedores.

Salvar la hostelería es un lema desgastado para muchos. Pero ayudar a todos esos negocios que resisten, o volver y en cierto modo recuperar zonas, terrazas y barrios de la ciudad es un plan que suena mucho mejor para esta primavera.