Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

Estufas callejeras

Terrazas de Madrid tras decretarse el estado de alarma
Terrazas de Madrid tras decretarse el estado de alarma.
Europa Press
Terrazas de Madrid tras decretarse el estado de alarma

En ningún país del mundo hay tantos bares como en España. Hay barrios de Madrid que suman más que en toda Finlandia, lo que dibuja una cultura del ocio muy centrada en este tipo de establecimientos. Los bares en España gozan de un protagonismo social mucho mayor que en ningún otro lugar del planeta lo que, lejos de lo que algunos puedan creer, no nos convierte en un país de borrachos. Los españoles ni siquiera estamos en los primeros puestos internacionales de consumo de alcohol.

Esa lista que encabezan el Reino Unido de su graciosa Majestad, los Estados Unidos de Trump y la muy civilizada Canadá, y donde figuran también la idílica Dinamarca y la ya mencionada y gélida Finlandia, donde no habrá apenas bares, pero se ponen ‘ciegos’ en casa. En ese ranking, nosotros ocupamos por fortuna un modesto puesto 14 después de la Francia del Champagne y del Borgoña.

En la cultura del bar en España, el tapeo o el picoteo tienen tanta o más importancia como la ingesta de bebidas 

La gran diferencia es que, en la cultura del bar en España, el tapeo o el picoteo tienen tanta o más importancia como la ingesta de bebidas que no han de ser necesariamente alcohólicas. El bar es muchas veces la antítesis del botellón, donde suelen beber para pillar el punto que estimule la sociabilidad.

Los bares son territorio de encuentro y excusa para salir, una válvula de escape que las circunstancias de la pandemia están estrangulando hasta la asfixia. Las limitaciones que imponen los intentos de cortar los contagios hacen cada día más compleja la actividad del sector del que cuelgan cientos de miles de puestos de trabajo

Los ayuntamientos han relajado las normas y hacen la vista gorda para que pueda mantenerse el consumo en la calle

Muchos echaron el cierre durante el confinamiento y el resto hace milagros para mantener vivo el negocio. Las pantallas separadoras o las mesas auxiliares adosadas a las barras, donde ya no dejan consumir, son elementos incorporados que están cambiando la fisonomía de los establecimientos, aunque ninguno tanto como lo que está ocurriendo con las terrazas.

Los ayuntamientos en general han relajado las normas y hacen la vista gorda para que pueda mantenerse el consumo en la calle con el distanciamiento preceptivo. La realidad es que no siempre se cumple, pero se calcula que la posibilidad de contagio en la vía publica es veinte veces menor que en un espacio cerrado. El problema es que ahora viene el frío y el ‘terraceo’ apetece poco a no ser que cuente con estufas que contrarresten los rigores climáticos.

Los calefactores eléctricos no contaminan, pero requieren una toma de corriente que muchos bares no disponen

Y ahí es donde reinan los calefactores de butano que están brotando en la ciudad como ahora las setas en el campo. Las fabricas de estufas han cuadruplicado sus ventas esta temporada a pesar de que las alimentadas por gas estuvieron a punto de ser prohibidas, como empezó haciendo la ciudad francesa de Rennes por motivos medioambientales. Los calefactores eléctricos no contaminan, pero requieren una toma de corriente que muchos bares no disponen a no ser que levanten la acera. 

Ese problema no lo tienen en París donde la mayoría de las terrazas exteriores están pegadas a la fachada del establecimiento, lo que no ocurre en la mayoría de las ciudades españolas, empezando por Madrid. Puede que las imposiciones de la pandemia sea una buena oportunidad para revisar las normativas de terrazas y adaptarlas a las exigencias urbanísticas que ya forzó la ley antitabaco. Un orden racional que mejore el aspecto de la ciudad y evite el caos actual. El urbanismo también está en los bares.

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