Hace exactamente una semana en este mismo espacio escribí unas líneas sobre lo mucho que había cambiado el fenómeno fan y lo nocivo que resulta para la música en general, y en particular para los que comentamos lo que no les gusta, el auge de los ‘talifans’.
Hoy, me gustaría reflexionar con vosotros sobre toda aquella parte romántica de la música que algunos, con éxito, nos empeñamos en recuperar poco a poco. La cuestión es que ahora, en pleno 2020 y cuando nuestras madres y abuelas ya han tirado a la basura el reproductor de vinilos porque ocupaba mucho espacio y porque estaba absolutamente obsoleto, a nosotros, los hijos de los 2000, se nos ha metido en la cabeza comprarnos discos de vinilo porque la nostalgia nos puede.
Lady Gaga saca disco, y lo edita también en vinilo, Melanie C (mi Spice deportista) estrena álbum en un mes y ya están agotadas las ediciones en vinilo, Mariah Carey ha reeditado su discografía en vinilo... y yo, que soy de los que se ha comprado por Wallapop desde Tamagotchis hasta Game Boys, estoy dejándome un dineral en vinilos sin ni siquiera tener un reproductor para escucharlos.
Pero esto es lo que tiene echar de menos, recordar ese sonido especial y esa magia peculiar... Sueño con algún día tener una colección extensa y una casa con una sala para la música y, por supuesto, un reproductor. Y como echo de menos los vinilos, también echo de menos las ediciones en compact disc curradas, las firmas de discos, las quedadas de fans y la música en directo. Echo de menos lo que significaba la música.
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