Elías Israel Periodista
OPINIÓN

Morata y Unai, los “villanos” se disfrazaron de héroes

Morata celebra su gol con De Gea.
Morata celebra su gol con De Gea.
EFE
Morata celebra su gol con De Gea.

Los profesionales suelen decir que la confianza es el ochenta por ciento del rendimiento del futbolista. Morata perdió el cariño de su país. No lo podía comprender cuando en la Eurocopa de 2008 era uno de esos chavales españoles que se lanzó a la calle a festejar el primer título de la generación dorada. 

Más que ser carne de meme, le atormentaba el sufrimiento de los suyos, las amenazas de los malnacidos anónimos a su mujer y a sus hijos. Cuando casi toda España le daba la espalda, Luis Enrique se encomendó a su trabajo, especialmente al invisible, al de recibir de espaldas, abrir huecos, dar salida en balones largos, pegarse con los centrales rivales hasta la desesperación, pero le faltaba la suerte suprema, que no llegaba ni de penalti. 

Sin embargo, en la prórroga ante Croacia, marcó un golazo de killer, con un control perfecto al medido centro de Dani Olmo, y un zurdazo maravilloso, que cambiaba su suerte y la de España. Donde no alcanza su puntería, demostró que su capacidad física es superlativa. Impresionante sus carreras con ese desgaste acumulado y más de 110 minutos en sus botas.

En el otro lado del campo, otro gallo cantaba. A un portero se le pide que sea confiable y Unai Simón es el guardameta que más goles ha regalado en las cinco grandes Ligas esta temporada. Hasta seis veces ha visto perforada su portería por errores propios. 

Ese bagaje ya lo conocía Luis Enrique y, sin embargo, siguió apostando por él para la titularidad. Se temía la falta de jerarquía en la portería y el error fue el más grosero visto hasta la fecha en la Eurocopa. 

No pasará a la historia negra de la portería de la Selección, como el de Arconada ante Francia en el 84 o el de Zubizarreta ante Nigeria, pero se supo levantar con grandeza de semejante disparate. Dos paradones suyos explican también el pase de España a cuartos. 

La alegría, por el sufrimiento acumulado, es lógica, pero la responsable preocupación por la endeblez mostrada no lo puede ser menos. Es de un equipo de plastilina recibir dos goles en apenas cinco minutos, cuando solo tienes que cerrar el marcador, gestionando el cronómetro con 3-1 y manejando desde la experiencia que no tiene el equipo español. 

A la España de Luis Enrique le sobra corazón y generosidad, pero la falta temple y saber competir. Lo que nadie puede dudar es que esa capacidad para sobreponerse a la adversidad, a las críticas o de alegrarse por el que sufre, habla bien del grupo. Esa es la parte que ha hecho bien Luis Enrique hasta la fecha.

Será difícil que España sueñe en grande si mantiene esa inconsistencia. A partir de cuartos, los rivales se van a equivocar entre poco y muy poco. Las sonrisas debieron llegar cuando acabó el tiempo reglamentario, pero bien vale si sirve para la redención del portero y del goleador, las dos figuras capitales que marcan las diferencias, para bien o para mal, en cualquier equipo de fútbol. 

Al menos, los supuestos villanos se disfrazaron de héroes, cuando las guadañas ya sobrevolaban la cabeza del seleccionador.

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