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OPINIÓN

11-M: ahora y entonces, Madrid mejor que sus gobernantes

Atentado del 11-M
Imagen de archivo de las velas en honor a los fallecidos tras los atentados del 11-M
ALBERTO MARTÍN
Atentado del 11-M

Decía Antonio Machado que “en España lo mejor es el pueblo”, y qué razón tenía. En Madrid lo hemos comprobado cada vez que vienen mal dadas. Cuando nos enfrentamos a momentos complicados, de sufrimiento o de temor, los madrileños y madrileñas siempre están a la altura. Lo constatamos con tristeza hace dieciocho años, cuando una parte de nosotros se quedó en esos trenes, y lo hemos confirmado a lo largo de estos dos últimos años de pandemia.

El recuerdo de lo que ocurrió hace casi veinte años, en el mayor atentado de la historia de nuestro país ocurrido en suelo europeo, sigue vivo en nuestras cabezas, nuestras retinas y nuestros corazones. No hay nadie en Madrid que no guarde en su memoria un trocito de ese día: al estallido de dolor le acompañó una imparable ola de solidaridad. Madrid se convirtió en el epicentro del civismo, de la entrega y la fraternidad. Vecinos y vecinas que salieron de sus casas con el pijama a ayudar con sus propias manos, polideportivos recibiendo a los primeros heridos leves, autobuses transformados en ambulancias y decenas de personas yendo a llenar los bancos de sangre. En los hospitales vivimos entonces esa mezcla de horror y entrega, de drama y empatía que se ha vuelto a reproducir en lo peor de la pandemia. Aquel 11 de marzo todos los hospitales se volcaron en atender a los heridos, se suspendieron todas las cirugías programadas y se reservaron los quirófanos para lo que pudiera llegar. La riada de ambulancias se mezclaba con particulares y, especialmente, con taxistas que dejaban heridos y volvían a Atocha, Santa Eugenia o al Pozo a dar lo mejor de sí. Tardamos horas en entender la magnitud de lo ocurrido porque el trabajo nos desbordó y no pudimos prestar atención a las noticias hasta unas cuantas horas después. Pero sí fuimos conscientes de que Madrid se estaba volcando para hacer frente a la barbarie, para acompañar a quienes más directamente lo habían sufrido en sus carnes y para demostrar que está cuando se le necesita.

Quien no está, ni ahora ni entonces, es el PP de Madrid. Mientras Madrid lloraba, mientras el dolor nos atravesaba y nos rompía por dentro, desde Génova se realizaron 12 operaciones de blanqueo para disponer de más de 30.000 € sucios para campañas electorales. Ni siquiera en el momento más crítico pudieron detener su pulsión y dedicarse en cuerpo y alma a lo que Madrid necesitaba. Y por desgracia no ha sido la única vez. La pandemia ha supuesto un nuevo golpe a Madrid y cuando necesitábamos un gobierno diligente, centrado en lo importante y dejándose el alma en hacer frente a la crisis sanitaria, económica y social, se ha dedicado a repartir contratos a dedo a todo su entorno: familiares, amigos, compañeros de partido… El contraste vuelve a ser obsceno. Mientras el pueblo de Madrid llenaba las despensas solidarias, se ofrecía a hacer la compra a sus vecinos más vulnerables o donaba material sanitario, desde la Puerta del Sol no se movían ni un ápice de su hoja de ruta y continuaban con el saqueo habitual.

Vimos a docentes haciendo esfuerzos extra para apoyar a sus alumnos, a taxistas ofreciendo viajes gratuitos a los sanitarios, a trabajadores esenciales doblar turnos para no dejar desatendido a nadie, a familias haciendo mil y un malabares para conciliar, a asociaciones vecinales llenando neveras vacías y ni por esas el gobierno de la Comunidad de Madrid pudo dejar de manosear el dinero público, corromperlo y desviarlo para sus propios intereses. Resulta evidente que para el Partido Popular de Madrid no hay líneas rojas ni límites ni escrúpulos. También decía Machado que “en los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden”. Y no se equivocaba. Por eso vemos a Ayuso hablar de meritocracia mientras regala lo público a su entorno, habla de arriesgar mientras los suyos sacan tajada y habla de subvencionados y mantenidos para referirse a quienes peor lo pasaron en los momentos críticos mientras ella se refugiaba en un hotel de lujo a cargo de un empresario moroso.

Terminaba el poeta asegurando que “el pueblo no la nombra -a la patria- siquiera, pero la compra con su sangre y la salva”. Y tampoco en esto se equivocaba. Porque Madrid es mucho mejor que sus gobernantes y es su pueblo, valiente, trabajador y honrado, el que nos enorgullece cada día.

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