Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Danzad, danzad, malditos

Imagen de la película 'Danzad, danzad, malditos'.
Imagen de la película 'Danzad, danzad, malditos'.
ARCHIVO
Imagen de la película 'Danzad, danzad, malditos'.

Llegará el día, como esto no acabe pronto, en el que, como Jane Fonda en Danzad, danzad, malditos (1969), romperemos a llorar cuando simple y llanamente observemos que nuestra media se ha agujereado. Y lo haremos irremisiblemente porque nuestro estado de agotamiento se expande a un ritmo en el que las medidas de control social impuestas por el Gobierno serán estériles.

En los tutoriales de sofronización social y en los libros de autoayuda para los nuevos políticos de primera comunión, no debe constar la diferencia entre cansancio y agotamiento. Si el cansancio se supera diariamente no sin esfuerzo mundano, el agotamiento enerva hasta la parálisis, dejando al descubierto todas nuestras debilidades. El agotamiento abarca todo lo dado y desecha cualquier posibilidad de mejora. Así es como se sienten muchos españoles, desertores con causa de una situación que les supera. Éramos felices y llegó la crisis. Agotados de todo y agotados de nosotros mismos.

"Éramos felices y llegó la crisis. Agotados de todo y agotados de nosotros mismos"

En la película de Sidney Pollack, los participantes no pueden dejar de bailar para ganar un maratón de baile. "¡Seguid comiendo, seguid bailando!", vocifera el speaker del concurso: "Es duro, pero así son los tiempos que corren". A diferencia de aquellos maratones, ahora nos piden sacrificios. Y estamos agotados, porque hemos ensayado múltiples combinaciones para seguir adelante y hemos descubierto en muchos casos que solo nos queda resistir. 

Malditos resistiendo en un mundo que nos arroja hacia la incertidumbre, hacia el ostracismo de la inseguridad. La epidemia del insomnio, el virus de la depresión social, la enfermedad crónica del agotamiento. Cierto es que quizá sea el momento de imaginar otras posibilidades de vida, de no sucumbir a la nada más completa, pero comienza a prender socialmente la certeza del rechazo. A todo y a todos.

"Quizá sea el momento de imaginar otras posibilidades de vida, de no sucumbir a la nada más completa"

Pero es que éramos pocos y estábamos agotados, cuando llegaron los negacionistas. Una banda de espantagustos, algunos en pura decadencia, para brutalizar los nervios de una sociedad agotada. En los múltiples stands de los supermercados de vidas posibles, siempre habrá un tocapelotas, un extravagante que desafiará la ley de la gravedad intelectual para defender la necedad más gratuita. 

Bien haría el Gobierno en aprobar un real decreto ley para paliar los efectos del negacionismo pandémico, si bien bastante tienen con convencer a sus aliados de que los decretos leyes siguen siendo reales. De realeza, que no de realidad. Mientras tanto, me quedo a solas con el cuerpo en junco de Michael Sarrazin, otro actor imposible por eterno al que ya no conoce ni el ministro de Cultura. Se sostiene en el cuerpo de Fonda. Danza maldito. Danzamos malditos.

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