Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Botella al mar

Una botella, en el mar.
Una botella en el mar.
PIXABAY
Una botella, en el mar.

En mi última película, El secreto de Ibosim, Rodolfo Sancho se zambulle en las aguas de la isla de Es Vedrá, en Ibiza, para encontrar en una cueva submarina una botella antigua que conserva un misterio: el misterio de la vida atrapado en la mirada agonizante del magistral Miguel Molina. 

Cuando leí el guion, pensé que la escena era un anacronismo para el espectador joven. La imagen icónica de la botella en el mar forma parte de veteranas lecturas de verano sin móviles, de cartas de amor al amanecer o de náufragos abocados a ser rescatados el día del juicio final. Las redes sociales han desplazado las redes de cáñamo de los pescadores, y las botellas durante los días que nos tocan vivir no son sino despojos del botellón que la resaca pandémica ha dejado entre nosotros.

Los antimilitaristas, los activistas que no han hecho nada activo en toda su vida y los animalistas de entrecot a las tres no deben tener conocimiento de que todos los días, a mediodía, los guardamarinas del buque escuela de la Armada Juan Sebastián Elcano arrojan al mar, la mar, una botella con un mensaje en el que se describe la fecha y la posición del barco, con el fin de que alguien lo encuentre en algún lugar del mundo y lo comunique. 

Es una antigua costumbre de nuestra madre patria y de nuestra padre matria, a decir de los renovadores del verbo. Pero no solo es uso de buque de armada, porque de esa guisa marinera nació el amor entre un marinero sueco aburrido en alta mar y una joven siciliana a la que su padre entregó una botella. No presentía el buen siciliano que aquello acabaría en boda entre el sueco Ake y la italiana Paulina. O quizá la historia más irreal, por posible de un marino japonés, Matsuyama, que escribió en 1784 en una tabla de madera la tragedia de su naufragio y la botella vino a lamer, 150 años después, las orillas de su isla natal. Eso sí que es memoria histórica.

Hoy, en este verano de encuentros y desencuentros, vengo al mar a lanzar una botella. Por aquellos que ya no están y que se fueron a un lugar lejano, más lejano que Wuhan; por aquellos que hacen de la libertad y del pensamiento crítico su bandera; por aquellos que luchan para que el mesianismo narcisista no se imponga a la reflexión; por aquellos que abaten diariamente el terror por el mero hecho de reivindicarse a sí mismos; por aquellos que hacen de la prudencia y de la moderación un dique de contención contra el espasmo de los telepredicadores y de los políticos sin escrúpulos. 

La botella surfea olas en el Cantábrico rumbo a cualquier parte, pero que esa parte sea Cuba. Patria y vida. Y si ha de ser matria, que, al menos, sea libre. 

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