Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Un taxista de Madrid

Varios taxis vacíos recorrían Madrid en octubre.
Varios taxis vacíos recorrían Madrid en octubre.
Jorge Paris
Varios taxis vacíos recorrían Madrid en octubre.

Preguntaba Ignacio de Loyola (lo cita Pemán en El divino impaciente) de qué te sirve ganar todo el mundo si pierdes tu alma. Bien. En nuestro tiempo, el papel del alma está atribuido ya al teléfono móvil. Perder el móvil es una catástrofe tan colosal como en el siglo XVI podía ser perder el alma, porque ahí está todo: tu memoria, tus relaciones humanas, tus fotos, tu banco, tus esperanzas, todo.

Perdí el móvil hace unos días. Caí en la desesperación, como es comprensible. Gracias a mi querida Mar, en contacto conmigo a través de un anciano teléfono fijo que llevaba ahí años criando polvo, pudimos llamar a mi alma extraviada. Contestó un señor que se llamaba Antonio. Taxista. Estaba en la sierra de Madrid. Tenía mi móvil. Yo lo había olvidado allí cuando él me trajo hasta mi casa después de ponerme la vacuna. Sí, se acordaba de mí (habíamos bromeado sobre el tráfico en la Gran Vía). Sí, claro que podía devolvérmelo.

Es como cuando te perdonan algo que has hecho y que no merece compasión. Te vuelve la sangre a las venas. Antonio resultó ser un hombre honrado, una buena persona. Nos saludamos. Me devolvió el alma (el Samsung, si prefieren) y se negó a que le abonase siquiera el viaje que había hecho hasta la puerta de mi casa: "Hoy por ti, mañana por mí", dijo, y desapareció rápidamente en las profundidades de la ciudad porque había aparcado a la buena de Dios y los municipales ya le miraban con ojos rapaces, libreta en mano.

Yo recordé algunos artículos feroces que he escrito sobre los taxistas, en alguna de las guerras que han tenido con los VTC (los Uber y los Cabify). Tomé partido sin conocer bien el problema. Generalicé, como es costumbre en este oficio, y di por sentado que todos los taxistas son furias vocingleras como el Peseto Loco y otros semejantes. Y eso no es verdad.

Nadie puede calcular el número de buenas personas que tenemos cerca, eso es imposible. Tendemos a pensar que son pocas porque, en tiempos despiadados como los que vivimos, el egoísmo se ha convertido en una herramienta casi indispensable para sobrevivir. Damos por hecho que hay que salir adelante contra otros, no con otros. Que portarse honrada y generosamente con alguien a quien no conoces de nada es, como mínimo, un riesgo. Y eso tampoco es verdad. Hay buenas personas. No sé cuántas, pero las hay.

No sé si volveré a verle alguna vez. Seguramente será difícil. Pero me gustaría, porque gente como él, que ayuda a los demás sin esperar nada a cambio, tan solo porque la bondad forma parte de su forma de ser, hacen de este mundo un lugar mejor. Se llama Antonio. Taxista. Vive en Villanueva del Pardillo. Si se lo encuentran denle, por favor, un abrazo (y las gracias, otra vez) de mi parte.

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