Todas las cosas son importantes para alguien, incluso lo más nimio. Hemos visto muchas veces en las películas como, en medio de un tremendo bombardeo, el héroe se juega el pellejo para rescatar del incendio un juguete, un osito de peluche cuya pérdida destrozaría el corazón de la niña cuya vida acaba de salvar. ¿Eso hace feliz a la niña? No, eso conmueve –o eso se pretende– al espectador.
Luego están las comparaciones, que son odiosas. Hay maestros de la manipulación y de la demagogia. "No hay dinero para respiradores pero sí para el orgullo gay", voceaban los de Vox hace tres meses. Era mentira, pero era una mentira eficaz porque se dirigía a un público corto de entendederas y predispuesto al cabreo fácil.
El Gobierno anuncia que se dispone a derogar los títulos nobiliarios que otorgó (sin el menor derecho a hacerlo, eso es verdad) el dictador Franco. Esos títulos son unos cuarenta. Salvo algún caso excepcional, y salvo el interés que muy de vez en cuando pone en ellos la prensa del corazón, los destinatarios no los usan, por la simple razón de que no les conceden la menor importancia o porque, sin más, les da vergüenza.
Es cierto que hay que reparar las injusticias, cómo no. Pero habría que escoger mejor los momentos para hacer según qué cosas. Me pregunto qué pensarán del Gobierno, que dedica tiempo a estas chorradas, los ocho millones de ciudadanos que ahora mismo están en situación de exclusión social (pobreza extrema) o en grave riesgo de caer en ella. Deben de estar contentísimos porque a alguien que no saben quién es le quiten el título de duque. Precisamente ahora. Es lo mismo que el osito de la película o las demagogias de Vox. Pura propaganda.
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