Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Kabul y la culpa

Decenas de personas, este martes, se concentran en los exteriores del aeropuerto de Kabul para intentar salir de Afganistán.
Decenas de personas, este martes, se concentran en los exteriores del aeropuerto de Kabul para intentar salir de Afganistán.
EFE/ EPA/ STRINGER
Decenas de personas, este martes, se concentran en los exteriores del aeropuerto de Kabul para intentar salir de Afganistán.

Desde nuestra más tierna infancia, aprendemos a extrañar culpas y responsabilidades en los demás. Arrojar la culpa supone evitar el reproche y hasta el arrepentimiento. En la edad adulta, alcanzamos niveles de virtuosismo a la hora de descerrajar culpabilidades en un tercero, que la culpa, al fin y al cabo, siempre es tercería. 

No en vano, la culpa de la infidelidad se endosa al tercero de marras, cuando la condición de infiel es intransferible e irrevocable. La culpa de los suspensos de nuestros hijos es de los profesores y, por extensión, del florido Ministerio de Educación. Y la culpa de nuestros fracasos recurrentes siempre es de la suerte, pero de la mala. Por fin, nos enteramos gracias a Gabinete Caligari en la década de los ochenta que la culpa era del cha-cha-chá, y allí nos debimos quedar. Hasta ahora.

La máxima sofisticación del arte de la dilución de responsabilidades es la política. Si sube la luz, la culpa es de los Gobiernos anteriores. Si se incrementa el número de independentistas en Cataluña, la culpa es de los partidos que defienden el constitucionalismo español. Si ETA mataba a un inocente, la culpa sería suya, porque "algo habría hecho". La perversión moral de todos estos argumentos denota una conciencia podrida, un miedo a pensar libremente, un hedor a servidumbre intelectual. 

Cuando la política debiera ser el arte de la búsqueda de soluciones bajo postulados netamente ideológicos, se acaba convirtiendo en la técnica de encalomar faltas y culpas a tu rival, ya sea el presente, el pasado o el futuro. Imputar la culpa al pasado es una práctica muy extendida recientemente, y hasta se puede convertir en un método de legitimación política. Así conseguirán algunos que Franco viva siempre.

Por todo ello, y por mucho más, estremece el tuit de Juan Carlos Monedero cuando asocia a Aznar, Bush, Blair y Durao Barroso a las humillaciones, lapidaciones, sevicias y asesinatos de mujeres en Afganistán, ilustrado el mensaje en la red, además, con una fotografía de una mujer a punto de ser asesinada por una jauría de esbirros fundamentalistas. 

Puedo entender que Monedero mantenga una posición sobre la intervención en Irak que no compartamos, pero es puro "delirium tremens" que asocie mezquinamente episodios históricos diferentes para encadenar una responsabilidad "ad hominem" que no se corresponde con la realidad. 

La responsabilidad de un asesinato la tiene el asesino. La responsabilidad de una violación la tiene el violador. Y, como liberal que soy, la responsabilidad de que se pueda ser tonto es de uno mismo, que tiempo se ha tenido para aprender. Salvo que comulguemos laicamente con el lema de que la educación no es de los padres sino de un ser superior que se llama Estado, en cuyo caso la culpa es del propio Estado. Monedero ha sido engullido por su personaje y corre el riesgo de no salir nunca del vientre de la ballena. Alguien debería decirle que el escándalo y la provocación pueden darle de comer en alguna tertulia irreverente, pero que se convierte definitivamente en un juguete roto. Y la culpa únicamente es suya.

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