OPINIÓN

La revolución de los cocodrilos

Agentes policiales desplegados en el centro de Logroño ante nuevos incidentes en las protestas contra las restricciones impuestas por la pandemia del coronavirus.
Agentes policiales desplegados en el centro de Logroño ante nuevos incidentes en las protestas contra las restricciones impuestas por la pandemia del coronavirus.
ABEL ALONSO / EFE
Agentes policiales desplegados en el centro de Logroño ante nuevos incidentes en las protestas contra las restricciones impuestas por la pandemia del coronavirus.

Propongo que a esta amalgama de cabreados de pelaje tan diverso que se ha puesto a reventar contenedores y escaparates en defensa del derecho a la cachimba nocturna los llamemos los revolucionarios del Lacoste. 

Las imágenes repetidas mil veces estos días describen esta paradoja tan ridícula que vivimos: una turbamulta de encapuchados que dice defender la libertad de movimientos de todos los españoles se dedica a destrozar los cristales que les separan de los polos con el logo del cocodrilo y de las bicicletas del Decathlon, lo cual nos indica que para tomar las Bastillas del siglo XXI hay que ir a la última para salir bien en las stories con fondo de barricadas.

Pero tan turbador como esta revuelta de indignados –que no dejan ser muy pocos y que no representan a nadie–, es el ejército de extremistas que se está dedicando a acusar al otro extremo de estar detrás del estallido callejero. Entre ellos, todo un vicepresidente del Gobierno como Pablo Iglesias, con su detector de ultradechistas a pleno funcionamiento, y todo un tercer partido en el Parlamento como Vox, que lo mismo te justifica bravuconamente la violencia callejera con una naturalidad que nos espanta como que se apunta a los delirios conspiranoicos.

En estas algaradas, que tienen de revolución cívica lo que yo de experto en epidemiología, habrá de todo, pero no hay valentía ni seguramente neuronas y lo que sobra es ese exceso de testosterona mal entendida de algunos herederos del cojo Manteca. En todo caso, son puro material altamente inflamable que algunos usan para seguir incendiando irresponsablemente el debate público en unos meses que pondrán a prueba nuestra fortaleza y nuestra resistencia como país. Mal camino.

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