La semana pasada sufrimos el mazazo de comprobar que aún no habíamos alcanzado el famoso “pico de la curva”. Entre el martes y el jueves nos situamos en máximos, tanto en nuevos contagios como en fallecimientos diarios.
Hasta este lunes no hemos tenido la certeza de que lo peor de lo peor seguramente ya haya pasado. Ahora la pregunta es cuánto tiempo nos falta para poder retomar una vida más o menos normal. Tras el amargo trago, empezamos a soñar con el fin del confinamiento generalizado a partir del 26 de abril.
También hemos comprobado que no es cierto aquello de que “cada país tiene los políticos que se merece”. Mientras la sociedad española está dando lo mejor de sí misma, con un comportamiento en general ejemplar y particularmente heroico por parte de aquellos trabajadores que están en primera fila, no se puede decir lo mismo de nuestros líderes políticos.
Ni en las más dramáticas de las circunstancias han dejado a un lado el electoralismo. A diferencia de otros muchos países donde los partidos se han unido en torno al objetivo de vencer cuanto antes al coronavirus, en España las críticas a la acción gubernamental son más ideológicas que técnicas. Hay una clara voluntad de derribo en la descalificación de los errores o vacilaciones del Ejecutivo.
Pero a Pedro Sánchez le han faltado también ganas de entenderse con la oposición, cuyo apoyo necesita para aprobar sin sobresaltos los decretos leyes y de cara a fortalecer su posición en la crucial batalla europea para mutualizar la deuda.
Así pues, bienvenido sea el nuevo discurso de que España debe acometer unos nuevos pactos de la Moncloa para la reconstrucción social y económica. Tras el amargo trago, por fin algo de sensatez.
Comentarios