Joaquim Coll Historiador y articulista
OPINIÓN

Mejor sin Iglesias

Pablo Iglesias, en la sede de Unidas Podemos, tras conocer los resultados de las elecciones autonómicas en Madrid.
Pablo Iglesias, el exlíder de Unidas Podemos.
KIKO HUESCA / EFE
Pablo Iglesias, en la sede de Unidas Podemos, tras conocer los resultados de las elecciones autonómicas en Madrid.

La derrota de las izquierdas en Madrid ha ido acompañada del adiós de Pablo Iglesias, una decisión sin duda muy relevante para el futuro de Podemos y que él ya dejó entrever cuando anunció su dimisión como vicepresidente segundo para concurrir a las elecciones del pasado 4 de mayo. Su retirada política ha sido celebrada con júbilo por la derecha, que exhibe así una pieza de caza mayor, una lectura que el propio Iglesias ha reforzado con su rápido cambio de look, cortándose la coleta como si fuera obra de la mismísima Isabel Díaz Ayuso.

Como escribía Encarna Samitier, la coleta ha simbolizado muchas cosas en el proyecto político del personaje desde que se hizo famoso. Acierta yéndose, y la mejor prueba de ello es que, más allá de los oportunos elogios, hay una sensación de alivio en las declaraciones de sus compañeros. Lamentan su marcha, pero también la ven como una oportunidad, como el pueblo que se libera de un caudillo gafado por sus continuas equivocaciones.

"A la nueva política le faltó oxitocina, y Pablo Iglesias y Albert Rivera pecaron de soberbia"

Al igual que Albert Rivera, el otro líder que a partir de 2015 encarnó el fin del bipartidismo, Iglesias se ha convertido en un juguete roto por el narcisismo y las prisas. A la nueva política le faltó oxitocina, la hormona de la generosidad, y ambos pecaron de soberbia. Sin embargo, a favor del líder morado hay que decir que, por lo menos, ha logrado coprotagonizar el primer Gobierno de coalición de la democracia y ha tenido la valentía de irse cuando Podemos todavía puede reinventarse.

Lo fácil era haberse quedado de vicepresidente y contemplado desde la barrera otro desastre electoral como el de Galicia, donde su formación se convirtió en extraparlamentaria, o el del País Vasco, donde perdió la mitad de la representación. En Cataluña, los comunes salvaron los muebles gracias a la buena campaña de Jéssica Albiach, y pese a las inoportunas declaraciones de Iglesias, siempre bailando el agua a los independentistas. En Madrid, su fulgurante candidatura ha logrado evitar el hundimiento de Podemos, pero quedándose en último lugar y sin arañar un solo voto a Más Madrid.

"Por lo menos, Iglesias se ha ido cuando Podemos aún puede reinventarse"

La marcha del líder carismático que construyó una formación heredera del 15-M es un reto mayúsculo para los morados: de apagarse electoralmente con Iglesias, a sobrevivir sin él. Parece que Podemos se encamina hacia una bicefalia, con la competente ministra de Trabajo Yolanda Díaz como candidata a la presidencia del Gobierno, mientras Ione Belarra, también ministra pero escasamente conocida, se pone al frente de la secretaría general.

Ahora que España está cerca de superar la crisis sanitaria, con la campaña de vacunación a muy buen ritmo, el Gobierno de Pedro Sánchez lanza el mensaje de que la legislatura empieza ahora. Pues, la verdad, mucho mejor sin Iglesias.

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