Las tensiones sobre el uso del espacio público están a la orden del día, se multiplican. Los vecinos de la Meridiana están hasta las narices de los cortes de tráfico. Los de la Barceloneta, el Born, el Poble Sec y Ciutat Vella lo están de los botellones, los malos olores y la contaminación acústica. 

Por eso, no por capricho, se manifiestan y movilizan reclamando soluciones. Las autoridades competentes no acaban de resolver el problema, y el drama se repite cada fin de semana o víspera de festivo. Tras el levantamiento del toque de queda las concentraciones y fiestas callejeras han hecho acto de presencia en muchos barrios de la metrópoli. 

Por si ello fuera poco, crece la inquietud entre la ciudadanía al saber que casi el 50% de los contagiados tiene entre los 15 y los 34 años; que, entre el 21 y el 27 de junio, los positivos por Covid han doblado en número y que, el Colegio de médicos, alerta sobre la situación avisando de los estragos de la variante india. Conviene reaccionar y la salida no es el cerco policial. 

Tampoco sugiero prácticas eremitas ni un giro puritano en las costumbres; nada de eso, pero sí me atrevo a pedir a mis conciudadanos -y a los visitantes- que su ocio sea responsable y cívico. Buena parte de la imagen de un país, o de una ciudad, se aprecia a traves de su paisaje y de la utilización que hacen sus habitantes del espacio público.

El escritor Herman Melville afirmaba que la dignidad en el hombre no radicaba solo en su trabajo, sino también en su ocio.