Iñaki Ortega Doctor en economía en la Universidad en internet UNIR y LLYC
OPINIÓN

La tinta del calamar

Fotograma de 'El juego del calamar'
Fotograma de 'El juego del calamar'
Netflix
Fotograma de 'El juego del calamar'

Todo el mundo habla de El juego del calamar y reconozco –eso sí, en voz baja– que no he visto ni un minuto de la serie. En casa, mayores y pequeños, dicen que no han pasado del anuncio porque les ha dado pereza. Pero con 100 millones de audiencia en un único mes, me temo que en mi familia estamos equivocados porque es ya un fenómeno global.

Para que tengas tema de conversación te resumo el argumento. Cientos de desarrapados sociales, bien por deudas, adiciones, pobreza o enfermedades aceptan una extraña invitación a un juego de supervivencia, de nombre calamar. Si ganan les hará millonarios, pero solo a uno, porque el resto morirá. Más allá de la brutalidad de las imágenes –siempre ha habido películas o videojuegos de este tipo– la inquietud ha surgido porque menores en todo el mundo han comenzado a imitar a los personajes del tablero del calamar. En España colegios gallegos y madrileños han dado la voz de alarma al ver a los alumnos más jóvenes en acción; en París incluso las agresiones han sido ya físicas

Inmediatamente la maquinaria mediática se ha puesto a funcionar. En ausencia de alarma pandémica y con el volcán ya varias semanas en erupción, hemos abrazado con ganas el asunto del calamar. Psicólogos que prohibirían a niños que la vean y supuestos expertos que criminalizan a las plataformas americanas han desfilado por los platós, pero ni rastro en las tertulias de los millones de fans de la serie.

Nada diferente a lo que pasó en los años 70 con La Naranja Mecánica de Kubrick o en los 80 con Superman e imitadores trastornados. Por eso a mí a estas alturas lo que me preocupa es otra cosa y es el cefalópodo patrio. No puedo perdonar que uno de los platos estrella de nuestra cocina se haya visto salpicado por la polémica de una serie de televisión asiática. Quiero comer calamar a la plancha sin pensar en asesinatos, saborear un guiso de calamares con patatas y no ver una cabeza ensangrentada, pedir en el aperitivo unos calamares a la romana sin plantearme si he de poner control parental a la televisión. 

Los españoles desde el País Vasco hemos hecho grandes aportaciones a la gastronomía mundial, una de ellas es la salsa negra de los calamares en su tinta. Y quizás ahí está la explicación de la polémica de estos días. El calamar, para defenderse de los depredadores marinos, expulsa una sustancia de color negro que les desconcierta y así consigue huir. Esa sustancia en una cazuela ligada con aceite y tomate es la mítica salsa vasca. Mientras hablamos de la serie coreana no dedicaremos tiempo al drama del desempleo juvenil o el desmantelamiento de la educación de calidad, por no mencionar el aumento galopante del déficit y la inflación que empobrecerá en breve al país. Eso sí es importante y esa tinta del calamar que nos ciega es la que debería de preocuparnos.

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