Iñaki Ortega Doctor en economía en la Universidad en internet UNIR y LLYC
OPINIÓN

Muchos zombis, no solo en la economía

Una pareja toma algo en una cafetería: el mira el móvil y ella se aburre.
Una pareja toma algo en una cafetería: él mira el móvil y ella se aburre.
Anna Zielinska / GTRES
Una pareja toma algo en una cafetería: el mira el móvil y ella se aburre.

Los economistas llevamos unos meses enfrascados con este asunto de las empresas zombis. Han cogido su nombre de los zombis porque son como muertos que han resucitado por arte de magia. Una compañía zombi es aquella incapaz de pagar los intereses de su deuda con sus beneficios y no cierra solo porque refinancian su deuda debido a los bajos tipos de interés de estos años. Ahora en plena pandemia a esta categoría se han unido miles de empresas que sobreviven exclusivamente gracias al arsenal de ayudas públicas en forma de avales, créditos blandos o moratorias concursales. El debate reside en si conviene dejar que vayan a la bancarrota y perder empleos o que vivan gracias a los impuestos de todos.

La palabra zombi figura desde hace unos años en el diccionario y aunque su origen es africano se incorporó a nuestro idioma procedente del inglés. Zombi es aquella persona que se supone muerta pero es reanimada por arte de brujería con el fin de dominar su voluntad. Si eres de mi edad, te acordarás del mítico vídeo de Michael Jackson bailando con zombis en un callejón mientras cantaba una pegadiza melodía. En cambio, los millennials tienen en la cabeza la famosa serie de televisión The Walking Dead, con esos zombis que vienen a invadir Estados Unidos. Los más jóvenes, la generación Z, saben mucho de muertos vivientes porque aparecen en los videojuegos, comen cerebros y no se les mata con una bala.

"Hay otros zombis en nuestra vida: profesores que siguen enseñando lo mismo que hace cuatro décadas..."

De lo que igual no nos hemos dado cuenta es de que más allá de las pantallas y los censos empresariales, hay otros zombis en nuestra vida. Esos amigos de la infancia que ya no soportas pero que sigues llamando en Navidad o esos aburridos primos que la última vez que saludaste fue en una boda hace años. Relaciones muertas pero que se sostienen por formalismos. Pero aún hay más: ministros y partidos que siguen vivos –políticamente– porque nuestro sistema lo permite, aunque todos sepamos que están muertos para sus electores. Funcionarios indolentes protegidos por una oposición. Aficiones que nunca retomarás, pero patines o tablas de surf que siguen acumulando polvo. Matrimonios acabados que permanecen juntos para pagar la hipoteca. Trajes que nunca te volverás a poner pero que te supera tirarlos a la basura. Directivos fracasados que lideran la nada a la espera de que alguien pite el final del partido. Profesores que siguen enseñando lo mismo que hace cuatro décadas, sin cambiar una coma, porque su posición les blinda. Todos están muertos, pero mantenidos artificialmente por intereses espurios.

En el vudú siempre hay alguien que maneja al zombi, pero en la vida real nosotros tenemos la capacidad de acabar con esas prácticas zombis. Los economistas discutimos si lo mejor es evitar las quiebras con subvenciones o bien dejar de malgastar los fondos públicos. A ti te toca decidir si quieres enterrar de una vez esos zombis que están en tu vida o si prefieres que sigan molestándote.

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