Helena Resano Periodista
OPINIÓN

Saquemos la silla

Dos ancianos juegan en la calle.
Dos ancianos juegan en la calle.
Juergen Richter / GTRES
Dos ancianos juegan en la calle.

Lo peor de septiembre es retomar los horarios. A todos nos cuesta volver a activar el despertador y, sobre todo, saber retirarnos a la cama a una hora prudencial para que, a la mañana siguiente, cuando suene ese sonido infernal, no deseemos morir. Aunque, la verdad, conforme te vas a haciendo mayor, lo de dormir bien es una quimera: con dormir "algo" ya cantas victoria. Te conformas con haber hecho del tirón cuatro horas seguidas y te convences de que dormir mucho está sobrevalorado... Pero hoy no vengo aquí a hablar de insomnio.

Leo que un pueblo de Cádiz, Algar, ha propuesto que sus charlas al aire libre, las que hacen los mayores cuando llegan las noches de verano y de calor, sean consideradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Han escrito a la Unesco y han iniciado una campaña en redes para impulsar su candidatura. Sacar la silla a la puerta de casa, a tomar la fresca y, de paso, a charlar con los vecinos es algo muy nuestro. Y que se ve también en muchos otros países mediterráneos: en muchos pueblos de Italia los mayores tienen su sitio y silla reservados para las noches de verano y casi casi pasan lista si alguno falta. Y es que las noches sofocantes se pasan mejor de charla que dando vueltas en el colchón. Cuando eres pequeño, es como estar de fiesta todos los días. No hay hora de llegada a casa, porque todo el mundo está en la calle. Tampoco hay hora de cenar: la mayoría de los días entras corriendo, coges un bocata y te vas con la pandilla a seguir descubriendo sitios. Y nadie te dice, te decía nada. Porque el verano es también eso. Vivir en la calle, estar en la calle.

"Tomarse un tiempo para contarse lo importante y lo intrascendental debería de practicarse más a menudo"

Hace unos días, una mujer muy sabia, Maricarmen, me decía que le daba pena que mis hijos hubiesen nacido y crecido en una gran ciudad. Ella y sus siete hijos llevan toda la vida viviendo en un pueblo, Arruazu: tiene poco más de 100 habitantes y está a unos 34 kilómetros de Pamplona. Me preguntaba cómo me había apañado tantos años en Madrid, sin familia cerca, sin cobertura…

Sí, seguramente nos hemos perdido muchas cosas, esas que solo saboreamos en verano. Entre ellas la libertad que solo podemos recuperar en los pueblos de toda la vida, con la gente de toda la vida. Así que aplaudo la iniciativa del alcalde de Algar: está convencido de que proteger algo tan nuestro como las charlas a la fresca es cosa de todos, no solo de los mayores como ocurre ahora… Hablar, tomarse un tiempo al final del día para contarse lo importante y lo intrascendental debería de practicarse más a menudo, también en las ciudades. Así, quizás, ganaríamos en empatía, en cercanía, en tranquilidad… Sabríamos algo más del de en frente, entenderíamos sus preocupaciones, sus desvelos, y compartiríamos también sus alegrías… ¿Habrá que sacar más la silla a la puerta de casa?

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