Helena Resano Periodista
OPINIÓN

El peligro de la desconexión

Joven mirando un ordenador
Joven mirando un ordenador
© PEDRO ARMESTRE/ SAVE THE CHILDREN - Archivo
Joven mirando un ordenador

"Oye, tengo que pedirte un favor. Necesito sacar de casa a mi hijo. Si le veo un día más pegado a la consola voy a colapsar". Fue el mensaje en formato de SOS que me envió una amiga la semana pasada. Habían vuelto de la playa hacía unos días, fin de las vacaciones para los padres, pero su hijo seguía en casa y, efectivamente, no se despegaba del ordenador. Pasaba las tardes y las mañanas jugando online. Sin pausa ni control. Y a su madre se le habían acabado los argumentos y las ganas de seguir discutiendo con su hijo para que se distrajera haciendo alguna otra cosa que no fuera… ¡jugar en el ordenador!

El grito desesperado de mi amiga lo he escuchado demasiadas veces este verano entre padres con hijos de la misma edad, 12/13/14. Todavía son demasiado pequeños para ir solos de aquí para allá, demasiado mayores para estar en un campamento urbano y suficientemente maduros como para pasar unas horas solos en casa, mientras los padres trabajan. Y sí, la forma de quemar las horas y de no aburrirse es jugando en el ordenador. Juegan en línea, cada uno desde su casa. Y, tras el confinamiento, han descubierto que es su forma de socializar. No necesitan salir de casa. Una trampa en toda regla.

"Tendremos que aprender a hablar su mismo lenguaje para que puedan escucharnos"

China ha decidido poner límites de la única forma que sabe y que, desgraciadamente, le funciona: cortando los accesos, tutelando a los suyos con prohibiciones y límites. Los menores solo podrán jugar tres horas a la semana, y no cuando quieran, sino cuando el gobierno abra los accesos, una hora los viernes por la tarde, otra los sábados y una tercera los domingos. Y se acabó. Tres horas a la semana para intentar atajar lo que ya consideran una adicción entre los más jóvenes.

En China lo prohíben. Ellos pueden. Aquí no, así que algunos padres intentan negociar con sus hijos, unos con más suerte que otros. Pactar horarios, tiempos y, si no funciona, activar los controles parentales. Pero los chavales no son tontos y antes o después descubren cómo saltárselos. Desde luego es ahora mismo la eterna batalla en muchas casas: ¿cómo lograr que nuestros hijos se despeguen de las pantallas y aprendan a socializar de otra forma? En China lo llaman el nuevo "opio espiritual", creen que afecta a su salud mental. Chicos y chicas que se tiran horas haciendo vídeos de TikTok, viendo vídeos o publicaciones de Instagram o jugando. Crean un mundo virtual fácil para un adolescente al que le aterra enfrentarse al mundo real. En ese mundo virtual no hace falta ser tú mismo. Justo lo que más aterra a esa edad. Y ahí se ‘entierran’, en un mundo fácil de manejar para ellos. El peligro es que nos acabemos desconectando de ellos, así que tendremos que aprender a hablar su mismo lenguaje para que puedan escucharnos. Interesarnos por ese mundo en el que navegan horas y horas y enseñarles otros mundos, los más reales, a los que antes o después tendrán que salir.

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