Oriol Junqueras fue rotundo en una entrevista con Nació Digital en octubre de 2019: "Los indultos se los pueden meter por donde les quepa". Este lunes volvió a ser igual de rotundo, y a la vez magnánimo, al afirmar justo lo contrario: "Los indultos son un gesto para aliviar el conflicto". 

La metamorfosis de Pedro Sánchez ha seguido los mismos pasos que la de su socio de Gobierno en Madrid: en octubre de 2019, en plena campaña electoral y siendo ya presidente, defendía pública y enfáticamente el cumplimiento íntegro de las penas para los independentistas condenados, mientras que ahora, sin urnas a la vista pero con muchas necesidades, todos sabemos dónde ha ido a parar aquella contundencia.

Deambulamos por un peligroso territorio de espejismos, de ilusiones ópticas que manipulan la realidad, y que solo nos pueden conducir al desengaño y a un mayor enconamiento cuando ninguna de las partes obtenga lo que persigue. 

Encuestas al margen, son cada vez más los españoles que, aunque solo sea por aburrimiento, no es que estén en contra de los indultos, sino de que la maldita gracia, al final, se convierta en lo contrario de lo que persigue. Ni los ‘indepes’ van a olvidarse de sus ensoñaciones ni de nuevas intentonas para desmochar la Constitución, ni el Gobierno central, digo yo, va a ceder con la amnistía o el referéndum de autodeterminación.

Mientras tanto, y aun sabiendo que no hay solución que valga, la llamada ‘mesa de diálogo’ dará margen al president Aragonès para tranquilizar a unos socios –Puigdemont, especialmente– que siempre van a querer mucho más, mientras que al presidente Sánchez le concederá el tiempo extra necesario para acabar esta legislatura sin sobresaltos en Cataluña y sin pensar demasiado qué pasará cuando el cántaro de la lechera se venga abajo, haya que poner fecha a lo imposible y las esperanzas frustradas conviertan sueños en pesadillas.