A Luis Bárcenas, extesorero del Partido Popular, siempre hay que tomárselo en serio. Por mucho que a veces lo suyo parezca una broma macabra, que diría Sabina. Solo hay que recordar aquello de "Mariano, he sido fuerte" para darnos cuenta de que el ínclito sabe jugar al trile. El hombre que, gracias a su lucrativo quehacer en el PP, se fue haciendo un ‘capitalito’ en distintos paraísos fiscales y, de paso, permitió al partido conservador tener una caja B para pagar sobresueldos y cajas de puros, restaurar su sede y participar dopado en un sinfín de procesos electorales, quiere pedir perdón.
Y, para que se visualice este arrepentimiento, se ha apuntado al taller de Diálogos Restaurativos de la prisión de Soto del Real, un programa de reinserción que concluye con un diálogo entre el recluso y una víctima de sus desmanes, real o imaginaria –ignoramos si la ministra de Hacienda se prestará a ello– para que aquel le pida perdón.
Perdón por el ‘capitalito’ de casi 69 millones de euros que, hasta la fecha, ha ido aflorando en Suiza, Estados Unidos y Canadá. Y por el que el extesorero fue condenado en octubre a 29 años y un mes de prisión por blanqueo, falsedad documental y delito fiscal. No por haberse repartido a pachas las mordidas que sobrevolaban Génova 13, sino porque el hombre, un lince con sus inversiones, pasó de pagar al fisco. Eran tiempos en los que Rajoy no se enteraba de nada de lo que acaecía en su casa y el dinero caía directamente del cielo a la caja B por intervención divina.
En pleno ataque de contrición y de airear las miserias de su expartido, Bárcenas, que estos días disfruta de un permiso penitenciario, ya le ha dicho por escrito a quien le pueda interesar que lo suyo fue "un acto de clara insolidaridad con respecto a los ciudadanos que cumplen con sus obligaciones fiscales". Escrito está.
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