Eloy Suárez Diputado del PP
OPINIÓN

¿Es el enemigo? No, la verdad

  • "Estamos en medio de una pandemia, pero no estamos en guerra".
Miguel Gila
Miguel Gila, en una imagen de archivo, representando su más célebre monólogo.
RTVE
Miguel Gila

“¿Es el enemigo?”, preguntaba Miguel Gila en su más conocido monólogo. Y es así como imagino al presidente del Gobierno antes de empezar con esas arengas imposibles, aburridas hasta la extenuación, siempre de carácter belicista, insistiendo en recordarnos permanentemente que esto es una guerra, cuando sinceramente, creo que es un subterfugio para evitar dar argumentos políticos ante una situación que no tiene bajo control.

Estamos en medio de una pandemia, pero no estamos en guerra. No hay más que recordar las historias de nuestros mayores, esos que tristemente fallecen en la más absoluta soledad, para encontrar grandes diferencias. 

Sin embargo, la comunicación desde Moncloa dibuja un panorama bélico y lo hace con una finalidad: justificar la restricción de libertades a las que se ha sometido a los españoles. Y no, no es el confinamiento, sino una restricción especialmente grave, la de conocer la verdad.

Así a Pedro Sánchez le parece razonable que, en ese marco ficticio de guerra, su Gobierno se niegue dos veces a decir quién fue el intermediario de la compra de los test falsos, esos que anunció como “fiables y homologados”. 

O no entregue los informes de esos supuestos técnicos que le asesoran y cuyo resultado es, desgraciadamente, que somos uno de los peores países del mundo en gestionar la crisis del coronavirus. 

O bien la utiliza como coartada Marlaska al justificar sin rubor que se espíe a los españoles para detectar bulos, olvidando que es el propio presidente desde la tribuna del Congreso quién los propaga.

Cuando el FMI prevé que la economía española se desplomará un 8%, cuando la escasez de dinero es más que evidente, su prioridad absoluta es regar con millones de euros las televisiones y medios privados de comunicación. La propaganda antes que las personas. Así quizás consiga que nadie mencione la palabra dimisión. 

Eso era más propio de vociferarlo cuando los presentadores de esas mismas cadenas se escandalizaban por la muerte de Excálibur en la crisis del ébola. Aquellos para los que un solo perro les valió para realizar una campaña de insidias y manifestaciones contra un Gobierno. Ahora con más de 18.000 fallecidos callan a cambio de subvenciones.

En estas circunstancias, recuerdo un libro que me recomendó un paisano ilustre, Camino de servidumbre de Friedrich A. Hayek, donde dice “que en un sistema totalitario no se consienta la investigación de la verdad y no haya otro objetivo que la defensa de los criterios oficiales, es fácil de comprender”.

España es una democracia y es bien cierto que le hemos otorgado al presidente del Gobierno poderes excepcionales en una situación inédita como es la epidemia del Covid-19, pero eso no conlleva enterrar la verdad, porque ocultando la verdad se ataca a la libertad de los españoles. 

En los manuales de crisis por enfermedades siempre se analiza el problema entre el equilibrio de la libertad de las personas y las soluciones colectivas. Pero hoy, a la vista de cómo ha utilizado esos poderes el soldado Sánchez, reafirmo sin ninguna duda lo que Hayek apostillaba: “La defensa de la libertad tiene que ser dogmática, sin concesión alguna al oportunismo, aun cuando no sea posible demostrar que, al margen de los efectos positivos, su infracción puede comportar efectos muy perjudiciales”.

A pesar del mal uso del estado de alarma por parte del Ejecutivo, a pesar de la lluvia de millones encaminada a que no haya más verdad que la oficial, muchos medios de comunicación no han capitulado y siguen obstinadamente dando los datos ocultos de la pandemia. 

Así, ante la hipotética pregunta de "¿Es el enemigo?", la respuesta debe ser: "No, es la verdad". Porque no podemos entender la libertad como magistralmente señalaba Chesterton en El Napoleón de Notting Hill: “En esta civilización nuestra, por libertad de expresión se entiende hablar tan solo de temas intrascendentes. No debemos hablar de religión, porque eso es intolerancia; no debemos hablar de la muerte, porque eso nos entristece…”. 

En un país totalitario se suprimen las malas noticias si estas no convienen, mientras que en una democracia la verdad tiene que circular libremente.

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