Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El fallo de 'El Desafío' de Antena 3

Omar Montes, lo mismo en Antena 3 que en Telecinco
Omar Montes, lo mismo en Antena 3 que en Telecinco
Atresmedia
Omar Montes, lo mismo en Antena 3 que en Telecinco

El desafío de Antena 3 recupera la esencia de aquellos grandes programas de pruebas en los que todo puede suceder. De hecho, hasta su propio presentador, Roberto Leal, versiona una frase que era habitual en Ramón García en los tiempos de ¿Qué apostamos?: "si se lo pierden, no tendrán de qué hablar mañana". Aunque ahora ni siquiera hay que esperar al día siguiente, pues en Twitter se puede comentar con el personal la hazaña.

La diferencia de El Desafío con ¿Qué apostamos? está en que tira de personajes populares que se mantienen durante toda la temporada. Omar Montes, Jesulín de Ubrique, Norma Duval... El programa reta a famosos y, así, el espectador puede observar cómo se superan con el paso de las galas. Riesgo, acción, emoción y humor son los ingredientes que se entremezclan con astucia en este tipo de espectáculo. Sin embargo, hay un detalle que sí tenían los programas de los noventa y que se ha ido perdiendo por el camino. Probablemente porque la televisión de hoy se produce con otro ritmo (y otro presupuesto). 

A El Desafío le falta color y fantasía. Esta segunda temporada, ha mejorado su escenografía pero sigue siendo un formato oscuro que no conecta con el resto de programas de entretenimiento de Antena 3. Amplios, luminosos y vitalistas. En cambio, El Desafío remite a una nave industrial que recuerda más a las decadencias televisivas de los años 2000. Hasta los concursantes van de riguroso negro. Lo que aleja al formato de los niños y lo hace menos atractivo para la audiencia familiar. Porque la tele es color. Mucho color. Como los niños.

El Desafío incide en la épica de la competición pero le falta la pillería de la ilusión con ese toque de la creatividad infantil. Menos dar la sensación de estar en un gimnasio de crossfit y más parque de bolas en el te puedes pringar y, después, disfrazar. Aquí se toman demasiado en serio, el jurado está demasiado trascendente y eso despega al público. Sólo es un juego. Potencia lo lúdico.

Y, como consecuencia, tampoco es un programa que cree un universo propio que invite a aguantar hasta el final. Simplemente son pruebas pegadas que se podían haber visto en El Hormiguero y que se han independizado el plató de al lado sin una escenografía que plantee un mundo aspiracional de diversión. Sólo una nave de polígono con unas cuantas pantallas de led que podrían estar en una discoteca o en una feria de muestras. Retales fáciles de desmontar. Allí, y en la memoria colectiva.

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