Borja Terán Periodista
OPINIÓN

'El diario de Belén Esteban' y otros errores de la reconversión de 'Sálvame'

Programa de testimonios de Belén Esteban
Programa de testimonios de Belén Esteban
Mediaset
Programa de testimonios de Belén Esteban

Sálvame está viviendo su particular revolución. El pilar estructural de la tarde de Telecinco aguanta el tipo en audiencias, pero ya no es tan fuerte como antaño. Ni siquiera lidera toda la tarde. Tras trece años en emisión, el formato de 'La fábrica de la tele' acusa un desgaste fruto de diversas y complejas variables. Las peleas entre sus colaboradores están agotadas. Más aún después de una pandemia. Ahora, la audiencia necesita una compañía que no se quede encerrada en un eterno confinamiento en el Estudio 1 de Mediaset.

Así que Sálvame se ha reinventado e intenta conseguir contenido acudiendo a la prensa rosa tradicional. Esa misma prensa que dinamitaron quedándose con la exclusividad de todos los personajes al transformar a sus colaboradores en los protagonistas del cuore. La primera franja de Sálvame, ahora, es una sucesión de vídeos grabados. En tiempos de televisión en directo, el formato regresa a una versión light de Aquí hay tomate. Un informativo rosa con su humor y su vídeo de agencia persiguiendo a famosos. El problema es que ya no hay famosos a los que perseguir como antes. Directamente, son ellos los que comparten y controlan su vida en Instagram sin intermediarios.

Después, para generar un acontecimiento estelar y retener con algún reclamo la atención del público, Sálvame ha cebado un documental sobre Isabel Pantoja. La tonadillera siempre es infalible como reclamo. Esto no es nada nuevo. Pero un documental no es una sucesión de entrevistas sin material inédito. El programa disfraza de aureola de documental un reportaje y, de esta manera, cree tener más gancho. Pero, en realidad, son entrevistas grabadas a diferentes colaboradores. Lo que diluye la esencia original de Sálvame, que es la imprevisibilidad del directo y poderse adaptar a las circunstancias que la actualidad demande. El documental, en cambio, es atemporal y encima requiere al público prestar más atención. Error, pues el fervor de Sálvame, como cualquier culebrón de tarde, está en que es fácil seguir el hilo argumental aunque te llamen por teléfono o te quedes dormido un rato.

El "documental" de Isabel Pantoja es oscuro y no aporta nada nuevo. Sólo intenta un nuevo giro en la vida de la folclórica para tener algo de qué hablar. Esta vez el giro es culpabilizar a la prensa. El propio programa denuncia lo que está haciendo. Lo que provoca una sensación contradictoria en el ojo del espectador. Y lo rechaza.

"El éxito de 'Sálvame' está en lo opuesto a encasillar: desbarató los moldes de las tardes de la televisión."

Sálvame intenta salvarse articulándose en microprogramas internos que den más fluidez a cuatro horas de televisión. Primero la mesa del 'Tomate' redefinida con Jorge Javier Vázquez y Adela González, después tertulia con documental y, finalmente, un espacio de testimonios con Belén Esteban. Sí, como El diario de Patricia pero con Belén. Parece una parodia y eso podría tener hasta gracia porque Esteban está acostumbrada a ser la entrevistada pero no la entrevistadora. Lo intenta, pero no suelta el guion y, como consecuencia, no le sale espontáneamente la repregunta. Por suerte, está a la retaguardia Jorge Javier Vázquez para ayudar con su retranca, que es lo que da frescura a una reconfiguración de Sálvame muy arrítmica.

El programa de testimonios de Belén Esteban ha recuperado la hilera de sillas de aquellos formatos a los que acudían personas anónimas a ser interrogadas por periodistas de carácter. Oprah Winfrey fue la gran maestra de un género que desapareció porque la sociedad avanzó. Ya no quería interrogatorios con lágrimas forzadas, tampoco el estereotipo como prejuicioso reclamo excéntrico. Y Belén busca estereotipos forzados: la abuela pibón, el pijo no sé qué. Pero la audiencia está en otro punto y busca una televisión que no encasille a personas como hace casi tres décadas. Sin embargo, Encasillar era la base de este tipo de shows de testimonios con temáticas cerradas, polarizadas y, por tanto, pronosticables.

El éxito de Sálvame está en lo opuesto a encasillar: desbarató los moldes de las tardes de la televisión. Pero, ahora, ha rebobinado hacía los noventa para ver si puede actualizar una olvidada fórmula. La idea puede sonar bien sobre papel, pero el público está ya en el futuro y demanda esa verdad perdida de la compañía con gente con la que te puedes identificar de una u otra manera. Y la verdad no se puede presionar, simplemente aparece. 

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