Diego Carcedo Periodista
OPINIÓN

La noche sin miedo a la Covid

Jóvenes bailando en el Fossar de les Moreres en el barrio del Born en Barcelona donde cientos de personas se han concentrado tras el fin del estado de alarma y del toque de queda.
Jóvenes bailando en Barcelona tras el fin del estado de alarma y del toque de queda.
EFE
Jóvenes bailando en el Fossar de les Moreres en el barrio del Born en Barcelona donde cientos de personas se han concentrado tras el fin del estado de alarma y del toque de queda.

Este fin de semana fueron muchas las personas que le perdieron el miedo al coronavirus que tantos disgustos nos viene proporcionando durante año y medio. Millares de eufóricos jóvenes –y algunos no tan jóvenes– salieron a las calles en muchas ciudades a celebrar de forma irresponsable el final del estado de alarma, la medida extrema adoptada para frenar la pandemia.

La explosión de alegría –que tanto perturbó el sueño de muchas familias- desbordó los límites de la prudencia y el respeto a la salud, la propia y la ajena. La euforia por lo que se consideraba una libertad recobrada y un triunfo contra el virus acabó convirtiéndose en un nuevo motivo de preocupación en momentos en que las vacunas empezaban a abrir la esperanza puesta en el final de la pesadilla.

Fue sin duda una explosión de alegría injustificable e irresponsable. El virus continúa atacando -cerca de 14.000 nuevos contagiados entre el viernes y el domingo-, llenando las UCI de los hospitales y dejando decenas de víctimas mortales a diario. El levantamiento de la alarma no es el final de una batalla ni de una amenaza cuyo recorrido aún se teme que sea largo.

"La responsabilidad de lo ocurrido no ha sido solo de los participantes en el jolgorio. Una buena parte de culpa es de las autoridades nacionales y autonómicas"

Ahora es cuando hay que extremar más la guardia para librarnos cuanto antes del peligro. Lo ocurrido este fin de semana es un reto en el que se llevan todas las de perder. Es comprensible la frustración creada durante tanto tiempo por los confinamientos y otras medidas, pero precipitar la revancha es una irresponsabilidad en la que están en juego muchas vidas.

También hay que apresurarse a decir que la responsabilidad de lo ocurrido no ha sido solo de los que se lanzaron sin mascarillas y exceso de alcohol a una celebración tan injustificada, de los participantes en el jolgorio. Una buena parte de culpa es de las autoridades, nacionales y autonómicas, que no adoptaron las previsiones para evitarlo.

Toda la pandemia ha discurrido en medio de contradicciones y de una falta de sentido de la necesidad de unirse frente a un enemigo común que ha resultado patético. El Gobierno no supo imponer su autoridad ni siquiera a la hora de cerrar el estado de alarma y las administraciones autonómicas no supieron, o no quisieron, unir esfuerzos para plantarle cara al riesgo que podía suponer.

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