Entre la pandemia, la crisis en el Partido Popular y la guerra de Ucrania, se nos ha pasado la gran noticia: estamos viviendo un año sin invierno. Quizás mejor, hemos vivido un año sin invierno porque la primavera está ya a dos semanas vista. Escribo de la primavera oficial porque la real ya hace muchos días que asoma por todas partes.
El mejor anticipo son los almendros en flor que nos sorprenden por todas partes. ¡Qué belleza entre tanta calamidad! Bien mirado, es maravilloso empezar a disfrutar de los encantos de la primavera en febrero. Las mujeres y hombres del tiempo fallan últimamente más que una escopeta de feria. Todas las semanas anuncian lluvias que no llegan.
Hay quien disfruta de esta primavera anticipada sin temor a tenerla que pagar con una sequía aplastante
Hay quien disfruta de esta primavera anticipada sin temor a tenerla que pagar con una sequía aplastante, con los pantanos secos y la electricidad por las nubes, con las cosechas echadas a perder y los grifos de las casas gorgoteando. Y habrá que ver lo que pasa dentro de un par de meses con las piscinas vacías.
Dicen que no hay mal que por bien no venga y no hay que descartar que la primavera prematura tengamos que acabar pagándola con carencias y restricciones incómodas. Confiemos que la premonición no se confirme esta vez. Algunos deseamos ver llover, aunque nos coja sin paraguas por la calle. Pero tendremos que conformarnos con los solajeros prematuros.
Disfrutémoslos, no puedo decir otra cosa. No escribo para aguar fiestas. Pero quizás tampoco para olvidar que el que no avisa puede acabar convirtiéndose en traidor. Esta primavera anticipada es una exhibición de la crisis climática que nos amarga el futuro. Qué más puedo decir.
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