OPINIÓN

Huérfanos de abuelos

  • Artículo redactado por Laura Arranz Lago, abogada mediadora coach.
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Dos abuelos pasando.
Pixabay/MabelAmber
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No nos engañemos. No es cosa del coronavirus. La pandemia solo ha hecho que destacar la rifa para la que hemos comprado boletos como sociedad individualista, estresada, líquida, indiferente e inmadura: nos hemos desentendido de nuestros mayores.

Llevamos muchos años sintiéndonos incómodos con la muerte, la enfermedad y la edad, y el Covid-19 se ha colado por esta debilidad profunda e inhumana, llevándose a miles de nuestros ciudadanos más válidos y honorables: nuestros abuelos.

¿Cómo vamos a gestionar bien el contagio de esta población, la más vulnerable, si hemos estado normalizando las últimas décadas que murieran solos y relegados en residencias y casas, justificándonos con que es su deseo “ser independientes”, “no darnos trabajo” o “que los niños no les visiten en el hospital, para que no sufran”?. Y estas grandes mentiras que ellos nos han escuchado decir con ojos protectores y sonrisas compasivas, y que nos hemos ido creyendo a base de repetirlas; ahora, más rápido y fuerte que nunca, se nos han vuelto en contra.

Ellos, después de levantar el país de la última crisis, a sus hijos de devastadores divorcios y a sus nietos de adicciones modernas, siendo el sustento emocional y económico de muchas familias; han visto que cuando hemos sentido que nos venían “bien dadas” nos hemos olvidado de ellos, y han ejercido su digna autoridad con el sentido común con el que se educaron, aunque ello les haya supuesto vivir en la completa soledad que a muchos de nosotros -esclavos de lugares de moda, likes y follows-, nos hubiera resultado insoportable.

¿Y cómo se lo hemos devuelto cuando han sido el colectivo con más necesidad de protección desde que estalló el virus? Poniéndoles como primera barrera de contención, barrera de cadáveres tras la que nos hemos atrincherado en esta guerra –como la llama Sánchez-; dedicándonos a abandonarlos, maltratarlos, ignorarlos, asumir su pérdida como “el mal menor” de las muertes pandémicas porque “al menos han vivido su vida”, y tantas conductas y comentarios que se esconden en nuestras conciencias y que hablan de la estupidez e incapacidad con la que nos estamos conduciendo y precisamente de lo mucho que los necesitamos.

En un día como hoy, en el que celebramos el Día Internacional de las Personas de Edad en pleno debate sobre confinamientos, llevemos la atención hacia nuestros mayores desde la responsabilidad de planificar detalladamente políticas para salvarles, aunque ello conlleve sacrificios como los que ellos hicieron tantas veces por nosotros. Seguro que es un ejercicio con el que no solo seremos capaces de quedar en paz con ellos y nuestra conciencia, sino con

El que abramos la mente hacia nuestro lado más humano, solvente y real; construyendo entonces nuestra respuesta al Covid-19 desde una perspectiva mucho más inteligente, ordenada, sensata, consciente y efectiva de la que estamos teniendo en esta segunda oleada de contagios de incierta solución.

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