Que no quiero decir yo con esto que el resto de días de mi existencia no la tenga, pero este jueves, particular y especialmente este jueves, se me quedó mucha cara de tonto. Hoy menos, pero algo queda. Dormí mal, inquieto, agitado y despertándome varias veces in the middle of the night. ¿El motivo? A las 10 am se ponían a la venta las entradas para Eurovisión: mire usted qué chorrada. ¿No?
Estas semanas ha sido titular en varios medios el tema de las entradas para asistir a las galas del Festival de Eurovisión, que se celebrará en Turín a mediados de mayo. Por un lado fue noticia que los responsables, muy agobiados con el ajetreo que supone organizar el espectáculo, se olvidaron por completo de poner los tickets a la venta, por otro lado porque encarecieron los precios una pasada convirtiendo las entradas en artículos de lujo y, para rematarlo, porque las entradas han volado en cuestión de minutos y a través de una web que ha dado muchos problemas a interesados como el Menda Lerenda.
Quise comprar mis entradas. Medio idiotizado por el hype, estaba dispuesto a pagar 350€ por cada una de ellas y en el momento del pago… ¡algo falló! Después, me fue imposible acceder a comprar otros tickets. De ahí parte de mi cara de tonto (el resto venía de nacimiento).
Misteriosamente, minutos después, y aún sin que se hubiese colgado el cartel de sold out, en webs de reventa esos mismos billetes por los que yo iba a pagar 350 eurazos, estaban a la venta por 1.786€ (la más barata) y 4.729€ (la más cara). Tendré cara de tonto, pero no tanto.
¿Debería costar 350€ una entrada para ver un espectáculo desde una grada? ¿Los tickets para ver a tu cantante favorito? ¿Los boletos para entrar en un estadio? Se nos va de las manos, señoras. ¿No creen? Confío en poder contaros el ‘chanelazo’ desde la sala de prensa.
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