Juan Luis Saldaña  Periodista y escritor
OPINIÓN

Cocinar para De Niro, impagable y sutil paletada

De Niro, muy acompañado, espera el primer plato
De Niro, muy acompañado, espera el primer plato.
Madrid Fusión

Se han ganado el respeto de la sociedad trabajando a lomo caliente. Han sabido explicar su trabajo con detalle. Lo han vendido con sabiduría, lo han contado todo con cercanía y cierta facilidad de palabra. Han aprovechado -también hay que decirlo- la tontería, la vanidad y la ignorancia de cierta parte de la sociedad que necesita aparentar y mostrar su nivel yendo a comer por ahí. Han dejado los fogones y han salido al comedor para dejarse acariciar el lomo por mamarrachos que pagan un ojo de la cara por comer. Han pasado de artesanos a artistas, de dar un servicio a dar lecciones sobre la vida. Son los cocineros de la alta cocina. Sí, chef.

Algunos de estos cocineros han traído a Robert de Niro a Madrid Fusión con un montaje de marketing muy bien hilado. Si eres noticia no gastas en publicidad directa. Lo han vendido hablando de precio y no de valor. Esto se llama cinismo, según Wilde y necedad, según Machado. Mira, Robert, te vamos a hacer una comida impagable, la comida más cara del mundo. Lleva contesa de espárragos. Imagínate. Tú disfruta, vas a probar el sabor del cielo, pon tu cara de siempre y ya estará todo cocinado, nunca mejor dicho. Comerás en pareja en la suite real de un hotel carísimo. No te molestará nadie. Diremos que no te hemos pagado nada, ya me entiendes. Americanos, os recibimos con alegría. Lo diré claro: hemos rozado lo paleto de un modo muy sofisticado.

Hacer muy bien su trabajo, respetarse a sí mismo, valorar con justicia el resultado final y comunicar los procesos con solvencia son virtudes que el gremio de la cocina ha sabido defender hasta el final. Muchos otros sectores de la economía deberían tomar ejemplo. Les iría mucho mejor. Pero hay también un límite por exceso precisamente en el respeto a la profesión. En eso andamos.

"El cuento de las experiencias metidas en cajas empieza a oler ya a viejo"

Hablar todo el día de comida era equiparable a hablar de dinero. La gente educada no lo hacía. Ahora eso se ha perdido. Se nos junta el dichoso brunch con el almuerzo -no digan desayuno comida, merienda y cena- sin haber tenido tiempo de bajar lo primero. En algunas comidas, escucho asombrado conversaciones interminables sobre comida. No tiene sentido. Es redundante y está fuera de sitio. Me dirán: hay comidas en las que estás viviendo una experiencia. Muy bien. El cuento de las experiencias metidas en cajas empieza a oler ya a viejo. La experiencia es vivir, comer con quien quiero sin que un palizas me diga cómo tengo que comerme la esferificación de gazpacho. Ya vale de acercarse el plato a un centímetro de la cara para poner el perejil como si eso lo hiciera mejor y de esos diminutivos ridículos: pancetita, ajito, cebollita y toda esa jerga de boy scouts de Palencia. Que corra el aire. Artesano, a tu artesanía.

"Que parte de un gremio haga las cosas de un modo excelente no quiere decir que sea referencia para todo"

Que parte de un gremio haga las cosas de un modo excelente no quiere decir que sea referencia para todo. Ya nos pasa con futbolistas, actores, escritores y algún tenista. Las estrellas Michelín parecen ahora el Premio Nobel de la paz. Es cultura, me dirán. Bien entendida, sí. También es cultura leer. “El traje nuevo del emperador” de Andersen es un buen título para repasar. Se lee rápido. Según cómo se utilice, la comida puede ser también incultura. A veces, todo se reduce a saber estar, a no ser protagonista siempre y a hacer compañía de un modo elegante.

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