Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

Semana Santa otoñal

Una de las fiestas ilegales desalojadas anoche en Madrid, con 66 jóvenes (11 menores) en un local comercial de la calle Espejo
Una de las fiestas ilegales desalojadas en Madrid, con 66 jóvenes (11 menores) en un local.
POLICÍA MUNICIPAL DE MADRID
Una de las fiestas ilegales desalojadas anoche en Madrid, con 66 jóvenes (11 menores) en un local comercial de la calle Espejo

Hay encuestas que explican por qué brotan como setas las fiestas ilegales. Según cuentan, los jóvenes entre los 19 y los 30 años que las protagonizan son el grupo de edad más afectado por la fatiga que genera la pandemia y, en consecuencia, los más proclives a saltarse cualquier norma que les impida socializar a discreción. 

Lo cierto es que las reuniones que burlan el estado de alarma proliferan por toda España hasta convertirse, incluso, en una línea de negocio para muchos avispados que encuentran en ellas una forma de obtener pingües beneficios. Les favorece el que impera una cierta sensación de impunidad porque no siempre es posible entrar en domicilios sin una orden judicial y tampoco está claro que a quienes pillan in fraganti en plena juerga les vaya a pasar algo.

Solo en Madrid, la Policía Municipal intervino durante los últimos cuatro meses en más 6.000 de estos saraos

Se explica así que cuando entran los agentes a disolver un jolgorio, los fiesteros empleen técnicas de camuflaje o escape tan ridículas y poco elaboradas como esconderse en los balcones, armarios o debajo de las camas. Solo en Madrid, la Policía Municipal intervino durante los últimos cuatro meses en más 6.000 de estos saraos, por lo que cabe imaginar que la cifra de las no detectadas sea bastante mayor.

A las fiestas en locales, domicilios privados o apartamentos turísticos hay que sumar los botellones en la calle donde llegan a apiñarse cientos de jóvenes, la mayoría sin mascarilla y completamente ajenos a la pandemia. Escenas que indignan, con razón, a los hosteleros que mantienen sus negocios cerrados o a medio gas en condiciones de subsistencia. 

Cómo no entender que tras el macrobotellón del paseo de Borne, en el que la Guardia Urbana brilló por su ausencia, el gremio de restauradores de la Ciudad Condal pidiera el levantamiento de las restricciones horarias que se le aplican al sector. Nada justifica la irresponsabilidad e insolidaridad de los fiesteros ilegales porque, en mayor o menor medida, la fatiga de pandemia la sufrimos todos, no solo los más jóvenes, y todos necesitamos socializar y recuperar cuanto antes la movilidad. Una necesidad que viaja paralela a la que apremia al comercio, el turismo y la hostelería por recuperar la normalidad para sacar cuanto antes a sus negocios del hoyo.

Abogan por restringir la Semana Santa para salvar el verano, cuando España se juega el relanzamiento económico

Esta tesitura nos sitúa en ese gran dilema sanitario y económico de cara a la ya inminente Semana Santa y que agita el Consejo Interterritorial de Salud. Faltan tres semanas para el Domingo de Ramos y es más que previsible que en esos días los contagios caigan de forma radical, al igual que la presión hospitalaria y la mortalidad. Cifras tentadoras que invitarán a rebajar restricciones en la hostelería y abrir la mano en la movilidad con el riesgo que ello comporta de aumentar los contagios como ocurrió en las semanas de Navidad. La diferencia será que a finales de marzo estarán vacunadas unos cinco millones de personas, en su mayoría del grupo etario más vulnerable a la pandemia.

La disyuntiva que se plantea es si deben relajar las restricciones en Semana Santa y proporcionar un balón de oxígeno a la hostelería y a la fatiga social, o contener al máximo los contagios para garantizar la actividad turística y comercial en los meses de estío. 

El Ministerio de Sanidad maneja ya un plan de contención para esos días, y entidades de tanta solvencia y experiencia profesional como la Mesa del Turismo abogan por restringir al máximo la Semana Santa para salvar el verano a toda costa, que es cuando España se juega el relanzamiento económico y la recuperación. El calendario eclesiástico se complicaría, pero este año lo más práctico sería celebrar la Semana Santa en otoño.

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