Tras el debate de Los Cinco, la opinión está dividida: unos dicen que tenemos lo que merecemos y otros que merecemos mucho más, que no están a la altura. Yo me planteé esa duda hace diez años, cuando advertí que la crisis económica y social iba acompañada por una crisis de liderazgo. Mi primera respuesta fue "tenemos lo que merecemos". Luego afiné un poco más: "Tenemos lo que somos, carne de nuestra carne, producto de la sociedad que representan". Pero mi hermano mayor, que lleva cuarenta años defendiendo la vida en hospitales públicos, me reprendió: "Ni hablar. Nosotros somos mejores en lo nuestro que ellos en lo suyo. Si fuéramos tan mantas, estaríamos hace tiempo sin trabajo".
El debate sigue vivo. La democracia funciona y buena parte de la crisis de liderazgo se ha solventado (del rey al último alcalde, pasando por sindicatos, bancos, empresas y medios de comunicación, ha habido un serio recambio de dirigentes), pero no acabamos de encontrar líderes políticos a medida. Quienes aspiran a representarnos, que son los mismos que aspiraban hace seis meses y fracasaron en el intento, andan sobrados de tacticismo pero justitos de crédito, capacidad de convicción y seducción. Mienten o callan ante la mentira ajena y al problema de quienes se envuelven en banderas, que tanto les pone, responden envolviéndose en banderas.
No sé si están quemados o nos tienen quemados, pero piden el voto para resolver problemas que tú y yo no hemos creado y yo se lo voy a dar, recordando un viejo dicho de la sufrida izquierda progresista: "A estos los va a votar su puta madre... y yo". Con una duda más: ¿Se irá alguno, si vuelven a fracasar, o dentro de seis meses seguiremos hablando de Los Cinco?
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